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En tono pesimista señalaba que “no hay el más mínimo indicio de que quienes se hagan del poder dejen de robar dinero del pueblo. ¿A nadie le importa? ¿Dónde están los intelectuales de este país? No estará de más intentar nuevas formas de encarar el tema; después de todo, bajo el peligro está la ganancia he’i guerra-hápe omoîva’ekue cantina”..
En menos de un mes llegó una respuesta contundente, no de los intelectuales, sino de estudiantes secundarios y universitarios, inclusive en parte y momentáneamente de la justicia. Entonces ya habían comenzado las sentatas en colegios privados que luego reventaron en la marcha del 18 de setiembre de estudiantes secundarios.
No pasaron tantos días para que los universitarios también se movilizaran en torno a la denuncia de corrupción en el rectorado de la UNA, lo que igualmente reventó en universidades públicas y filiales de todo el país con adhesiones de solidaridad de universitarios del sector privado.
La justicia se animó y dio la respuesta simbólica que el país necesita para empezar a creer de nuevo: el rector está en la cárcel y además la mayoría de los decanos de la UNA renunciaron. El problema de la corrupción tuvo una respuesta contundente, pero conviene advertir que el camino de la justicia es largo y generalmente torcido de modo que no debe extrañar que el rector descanse pronto plácidamente en la casa y los menos responsables continúen en prisión.
Pero hay cosas que los estudiantes no las pueden hacer, no pueden hacerlo todo ellos y tampoco es conveniente que traten de abarcarlo todo. Los casos judiciales deben ser acompañados y vigilados por la sociedad civil y sus organizaciones. Hay referentes que se ganaron el derecho de liderar comportamientos de control, inclusive de reproche y sanción moral, y organizaciones que son buenas alertando a la sociedad sobre los riesgos de impunidad.
Dejemos a los universitarios disfrutar de su rebelión sana y que puedan construir espacios para la reflexión sobre los próximos pasos que serán difíciles, sobre todo si se encaminan hacia una reforma con énfasis en la meritocracia y la excelencia educativa. Como esta tarea corresponde a la comunidad universitaria y no solo al demos estudiantil, es posible pensar en aportes externos de la intelectualidad paraguaya que, lejos de dañar la autoestima de los jóvenes, contribuirá a que se obtenga un resultado óptimo.
Estudiantes secundarios y universitarios lograron hasta ahora dar un certero golpe de atención a la sociedad pero por sobre todo a la “claque” política en dos cuestiones esenciales: baja calidad de la educación y alta corrupción. Los secundarios adoptaron el tema más difícil que requiere mayor plazo mientras que los universitarios optaron por el más puntual, aunque igualmente complicado y largo si de la corrupción pasan a la reforma.
Se está moviendo un actor de la sociedad que estaba inmóvil y lo hace con objetivos plausibles. Es un error pensar que ese actor lo hará todo por nosotros y creer que ese golpe a la corrupción en la universidad tendrá un natural efecto expansivo en las estanterías del Estado o que la sacudida que recibieron las autoridades de Educación lo recibirán también las de Salud por el solo hecho de que también lo merecen.
Cada sector de la sociedad debe imaginar la respuesta y diseñar las acciones más efectivas para lograr que los derechos tan promocionados se conviertan en realidad. No existen los salvadores mágicos, ni individuales, ni colectivos que lo hagan por otros. Ambos son peligrosos cuando la sociedad renuncia a ejercer su protagonismo ciudadano, tal como ocurrió con los estudiantes antes de esta saludable rebelión.
ebritez@abc.com.py