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Recordemos que Aronofsky ha realizado antes la película “Pi” y también ya se había planteado temas como la muerte y la creación, desde un punto de vista místico, en “La fuente de la vida”.
Pero “Noé” es un filme diferente. Esto no tiene el barniz de la new age, de aquel filme de 2006. Es una película dura que plantea el apocalipsis de un mundo de soberbia y destrucción.
En el filme, Noé vive alejado de los hombres con sus hijos y su esposa. Prácticamente son nómadas en un mundo árido, donde ya no existe vegetación.
La humanidad ha agotado los recursos de la tierra y los más poderosos se comen a los más débiles. Noé sueña que ese mundo será acabado en un diluvio universal. No será el fuego lo que destruirá al mundo, sino que el agua, de la que podrán salir limpios los puros.
Y aquí viene su toque particular. Los gigantes que son nombrados en Génesis 6, 4 son los titanes griegos, a los que pertenecía Prometeo, el que entregó el fuego al hombre.
Aronofsky los representa como ángeles caídos, convertidos en gigantes de piedra que ayudarán a Noé en la construcción del arca, y así podrán alcanzar la redención.
Y la redención es aceptar la humildad. Abandonar la soberbia y el ansia de destrucción y respetar todo tipo de vida.
El mensaje de Aronofsky va más allá del cristianismo, es un mensaje humanista, para creyentes y no creyentes.
También tiene su cuota de crítica a la soberbia religiosa, para aquellos que dicen tener la única interpretación, la única verdad sobre su dios. Así, el atormentado Noé cree que es el único que entiende la voluntad divina.
Aronofsky rompe el cliché del filme bíblico y realiza un filme que invita a los creyentes a reflexionar, desde una postura respetuosa.
No es un producto rupturista con la religión. Es un filme para reflexionar no solo sobre la tradición cristiana, sino sobre un mundo agotado que se fagocita a sí mismo y los peligros de los que detentan el poder sobre los recursos y las ideas.
sferreira@abc.com.py