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Es el octavo de la Colección Literatura Paraguaya, de ABC Color y la editorial El Lector.
La obra contiene ocho cuentos. El primero de ellos es el que da título al libro y narra una tragedia en un burdel de los alrededores de la calle Colón, al que llamaban precisamente El Vaticano, en los años 60. El siguiente cuento es “La fiera”, basado en lo que pasó con un funcionario corrupto de la época que siguió en su tarea ya en tiempos de la llamada transición democrática.
El libro sigue luego con “Petit”, ficción sustentada sobre un hecho real: la muerte del recordado Roberto L. Petit durante el golpe militar del 4 de mayo de 1954 con el que Alfredo Stroessner derrocó al gobierno de Federico Chaves. Petit fue quizá el jefe de Policía más llorado en la historia de nuestro país. Su muerte fue sentida incluso por quienes lo mataron. “Petit pasó por nuestros entreveros sin salpicarse con el lodo del camino”, dijo Osvaldo Chaves en su oración fúnebre en el entierro del joven dirigente político que entonces tenía tan solo 31 años.
“Un espíritu superior”, el siguiente cuento, es el parlamento de un ministro de Stroessner, cuyo nombre no se cita pero “se adivina”, que con clara erudición y un acentuado cinismo relata las atrocidades que debió cometer para “sembrar el miedo con el fin de cosechar la paz”.
A continuación aparece “Una noche en la embajada”, la desopilante historia de otro ministro stronista, que muy pasado de copas arma un verdadero estropicio en la recepción ofrecida en una embajada (presumiblemente la norteamericana).
“Confesiones en el deliródromo”, por su parte, es un monólogo captado desde el futuro. Un hombre maduro diserta sobre las acepciones de una palabra y a partir de ahí construye una visión del Paraguay actual.
El libro continúa con el cuento titulado “Hay que entender el asunto”, que describe las tribulaciones que debía pasar un joven egresado universitario, de gran formación académica y brillantes notas, para conseguir trabajo en el tiempo stronista, sin la afiliación colorada. El libro se cierra con “La muerte se llama Rogelio”, que es el único que no está ambientado en el tiempo stronista sino en la Revolución de 1947, y contiene la fuerte historia de tragedia familiar.
Según Francisco Pérez-Maricevich: “Los cuentos “están construidos con fluidez siguiendo un discurso temporal ceñido que se resuelve en una conclusión imprevista, tal como es de esperar del cuento bien hecho”.