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Con puntualidad, el show se inició a las 21:00. Norma Ortega, acompañada de la bajista Paula Rodríguez y el percusionista Javier Palma, abrió el show con sus obras, desbordando sensibilidad desde la primera nota.
Con la belleza de su instrumento, “Arpa adentro” nos sumerge en sonidos casi selváticos, para seguir con “Aire gitano”, donde se destacan Rodríguez y Palma, aportando su frescura.
“Miedo” cerró esta parte, con la participación del bailarín Hugo Rojas, que danzó al son de notas oscuras y melancólicas. Las composiciones de Ortega tienen mucha fuerza y expresividad.
La arpista dejó el escenario tras presentar a Obregón, quien se sumó a los músicos en escena para presentar sus obras “Nosara” y “Santa Ana”. Desde el inicio Obregón envuelve con una sensación mágica, de cuando uno está presenciando una ejecución de gran belleza.
En un descollante arrebato de energía, Obregón se adueña del piano, y una vez más Rodríguez y Palma resaltan con solidez. El pianista, en sus composiciones, salta de la calma al swing, sin despegarse de melodías que evocan nostalgia.
Luego, la unión que esperaba el público se dio con Obregón y Ortega, al ritmo de obras de este: “Sueños”, “Alexa” y “El río infinito”.
El diálogo entre el arpa y el piano en los temas, siempre de impronta folclórica, sumergen y atrapan. Obregón y Ortega se valen de su virtuosismo para entregar memorables solos, pero sin dejar de lado la conversación de sus instrumentos, que conquista y emociona.
Luego fue de nuevo el turno de las obras de Ortega. Con “Ña Mercé”, “Ymaiteguare”, “Tren a Areguá”, “Diosa de las aguas” y “Sol de mayo”, aproximaron al público a una polca maravillosa con ropaje contemporáneo.
La “Danza paraguaya”, de Agustín Barrios, antecedió a la presentación de los arpistas Blas Flor, Carmen Monges y Nando Ortega, y el cellista Santiago Olmedo, integrantes de la Orquesta del Río Infinito, que Obregón formó años atrás con músicos de varios países.
Ellos se sumaron para cerrar con “Catedral”, obra de Obregón en homenaje a Mangoré. Una composición que transmite profunda tristeza pero a la vez belleza.
El público aplaudió y ovacionó de pie varias veces, con energía y emoción.
Obregón es un pianista de primera y Ortega una arpista de suma sensibilidad. Esta propuesta alcanzó momentos conmovedores y nostálgicos, y pero también de esperanza y alegría. Su música transporta a donde uno esté dispuesto a viajar.
victoria.martinez@abc.com.py