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PARÍS (AFP, por Nicolás Pratviel). “Il Maestro”, como exige ser llamado según las consignas de su mánager, charló con la AFP antes de un concierto en París y aseguró que habría “deseado hablar de su trabajo con otros grandes cineastas” como Argento, Bertolucci, De Palma, Malick y Tarantino, pero la entrevista finalizó exactamente tras los 20 minutos reglamentarios.
–Ofrece conciertos desde hace poco. ¿Qué significa para usted?
–Hizo falta que los demás me lo pidieran. Hasta entonces no me había dado cuenta de la necesidad del público de establecer un contacto conmigo, sus ganas de descubrir en vivo mi obra. Quise saber de qué se trataba y me gustó”.
–Solo dirige sus propias composiciones. ¿Nunca quiso interpretar las de los demás?
– No, nunca me interesó. No las puedo conocer tan bien como las mías, aunque las admiro.
–¿Cómo se desarrolló su educación musical?
–Me sirvió un ejemplo: cuando estaba en el conservatorio, conocía a un estudiante que admiraba, hasta el límite de la obsesión, la obra de Giovanni Pierluigi de Palestrina, un compositor del Renacimiento. Esta pasión le impidió avanzar en su propia formación, crecer en tanto que compositor. Quise evitar esto. Estudié no obstante las corrientes clásicas, de la Edad Media a los contemporáneos. Me encantaron por supuesto muchas cosas, pero me abstuve de apasionarme. De manera que nadie me influyó de forma particular.
–De niño iba a la misma escuela que Sergio Leone. ¿Cómo volvió a coincidir con él en el cine?
–Estuvimos en la misma clase durante un año, luego nos perdimos de vista durante muchos años. Desconocía en qué se había convertido. Fue él quien dio conmigo al ver mi nombre en los créditos de un filme del que había compuesto la música. Vino a mi casa y me habló de su proyecto. Se trataba de “Por un puñado de dólares”.
–¿Cómo trabajaban juntos?
–Hablábamos con mucha anticipación. Pero si bien Leone me explicaba cómo iba a ser su filme, no me daba consignas. Era más bien yo quien le explicaba lo que tenía en mente, según lo que me describía. Raras fueron las veces que me dijo “no, preferiría esto o lo otro”. Después de esta primera banda sonora, me pidió hacer algo similar para “Por unos dólares más”. Acepté. En cambio para la tercera película, “El bueno, el feo y el malo”, me opuse. Le dije: “No quiero que trabajemos así. No quiero repetirme, déjame hacer lo que quiera”. Y creo que hice bien.
–Apoyándose en su música, que usted le mostraba antes del rodaje, Leone a veces reescribía algunas escenas...
–Pasó varias veces. Para la secuencia de apertura “Había una vez en el oeste”, en la que el hombre de la armónica (Charles Bronson) es esperado por quienes quieren eliminarlo, Leone modificó sus planos y la ubicación de la cámara en función de mi música.
–Innovaba mucho para la época, incluyendo sonidos inhabituales en las músicas de películas (silbidos, tañidos, guitarra eléctrica). ¿Tenía usted una libertad total?
–No era tan difícil convencer a los directores. Sabían que no me interesaba crear composiciones tradicionales, por eso también me venían a ver. Me complacía trabajar el sonido de la realidad, lo que escuchamos cada día. Estos ruidos que nos rodean tienen su propia música y podían componer otra conmigo.