La gran maestra que canta y moldea voces de artistas

En un amor tormentoso y una vida artística impactante se resume el currículum existencial de la maestra Wilma Ferreira. Este año completó los 90, y no piensa tomarse un descanso de lo que siempre hizo: formar cantantes. En el escenario de los recuerdos su voz suena a entrega total.

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En un paraje llamado San Antonio Guyrá Kejhá, departamento de Caazapá, abrió sus ojos Vilma Ferreira Falcón, el 17 de marzo de 1929.

Su infancia primera transcurrió en el campo, hasta que la muerte de su padre, Blas Antonio Ferreira, determinó el cambio de lugar de vida. Entonces, Vilma tenía seis años, su mamá Josefa Falcón optó por trasladarse a un sitio llamado “Kilómetro 37 y 500”, donde su cuñado Roque les hizo una casita y una chacra para cultivar hortalizas de consumo diario. “En ese lugar trabajaban solamente hombres que laminaban madera terciada. Mi mamá les cosía ropas en la máquina. Pero llegó un momento en que mis hermanas ya estaban grandecitas y lindas, y ella se preocupó por estar en medio de tantos varones. Así fue que nos mudamos a Villarrica. Yo habré tenido ya ocho años”, recuerda doña Wilma.

Tras cinco años en la capital del Guairá, la familia Ferreira Falcón se trasladó a Asunción. Vilma vendía jabón y Café Mate casa por casa, y fue aferrándose a su sueño de ser cantante. Cantaba a capela con su hermana Catalina, quien le hacía el dúo. Un día supo de la convocatoria para un certamen de barrio, y decidió presentarse. Para acompañar a los participantes, vino el maestro Herminio Giménez con su orquesta. “Subí al escenario; temblaba, me asusté y apenas me salió la voz. El maestro Giménez me estiró de la pollera y me dijo: ‘Ya está bien, mi hija’. Yo me decepcioné, me desilusioné de la vida, me quería morir. Y me encontró llorando en el camarín. Ahí me consoló y me contó que pronto se abriría la Agrupación Tradicionalista, donde podría practicar canto”.

Pasó un tiempo, Vilma trabajaba en una fábrica de tacos de madera para zapatos llamada “Boscarino”. Un día de 1944, mirando vitrinas sobre Palma, se encontró con el maestro Herminio Giménez, quien le avisó que la Agrupación Tradicionalista ya estaba en función.

“Era la época del presidente Higinio Morínigo, y la agrupación se formó para el desarrollo artístico de las tradiciones paraguayas. Tenía su local en calle México y Herrera. Fui ahí a practicar canto. Luego se formaron grupos, y como responsable de la danza quedó Julián Rejala. Él me echaba ojo, pero yo no le aguantaba porque era feo. Me eligió para integrar su ballet, junto a Demetrio Ortiz y otros. Julián fue el que creó el repertorio de danzas paraguayas. Preguntaba a las abuelas y armaba las coreografías populares”, cuenta sonriente.

El ballet alternaba escenarios de moda y tenía su propia orquesta, con cantantes. En ese ambiente, ella toma el nombre artístico de Wilma Ferreira y fortalece su deseos de cantar. “No estudiaba. Canté durante diez años empíricamente. Luego empecé a sentirme mal, porque llegaba Agustín Barboza, con una formación de escuela, y ahí procuré mi formación técnica”.

Por entonces, Julián Rejala logró ya conquistar su corazón. “Fue muy difícil; mi mamá le odiaba porque era mayor y estaba casado. Nos escapamos y fuimos a vivir a Campo Grande, cerca de la Aviación”.

A través de Rejala, la cantante conoció al maestro Carlos Lara Bareiro, a quien pidió que la llevara junto a Sofía Mendoza. Fue su primera maestra; luego siguió vocalizando con los profesores Luis Cañete y Cirilo Fretes.

En los 70, tras 28 años de convivencia con Rejala y una trayectoria hecha, decidió dejarlo. Se fue a Buenos Aires, donde siguió perfeccionando su canto con maestros del teatro Colón. A inicios de los años 80, regresó al Paraguay. Integró el grupo Sinfonía y se abocó de lleno a la enseñanza, actividad que ejerce hasta hoy en su hogar de San Lorenzo.

yubi@abc.com.py

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