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ROMA (AFP). Eco, filósofo de formación, fue reconocido tardíamente cuando se acercaba a los 50 años, al publicar en 1980 esa su primera novela.
El director francés Jean-Jacques Annaud la llevó al cine con Sean Connery en el papel del hermano Guillermo de Baskerville, ex inquisidor franciscano encargado de resolver la sospechosa muerte de un monje en una abadía del norte de Italia. Repleto de citas en latín, el policial de este semiólogo orondo y afable también tuvo sus ediciones piratas, entre ellas una en árabe titulada “Sexo en el convento”.
Nacido el 5 de enero de 1932 en Alessandria (norte de Italia), Eco estudió filosofía en la Universidad de Turín y consagró su tesis al “problema estético en Tomás de Aquino”.
Este especialista de historia medieval que tradujo a Nerval al italiano y conocía al dedillo Cyrano de Bergerac, trabajó también en la radiotelevisión pública italiana RAI, lo que le permitió estudiar el tratamiento de la cultura por los medios de comunicación.
Políglota, casado con una alemana, Eco dio clases en varias universidades, sobre todo en Bolonia (norte), donde ocupó la cátedra de semiótica hasta octubre de 2007, año de su jubilación. Eco explicó que llegó tarde a la ficción por “considerar la escritura novelesca un juego de niños que no tomaba en serio”.
Después de “El nombre de la rosa”, ofreció a sus lectores “El péndulo de Foucault” (1988), “La isla del día antes” (1994) y “La misteriosa llama de la Reina Loana (2004)”.
Su última novela, “Número cero”, publicada en 2014, es un relato policial contemporáneo centrado en el mundo de la prensa.
También escribió decenas de ensayos sobre temas tan dispares como estética medieval, las poéticas Joyce, la memoria vegetal, James Bond, la historia de la belleza o de la fealdad.
“Lo bello se sitúa dentro de ciertos límites mientras que lo feo es infinito, por lo tanto más complejo, más variado, más divertido”, explicaba en una entrevista en 2007, y añadía que “siempre le inspiraron afecto los monstruos”.
“Il Professore” –de ojos maliciosos detrás de las gafas y barba blanca–, que afirmaba “escribir para divertirse”, también era bibliófilo y poseía más de 30.000 títulos, incluyendo ediciones raras.
“Eco era un primero de clase, muy inteligente, muy erudito. Encarnó con energía la figura del intelectual europeo. Se encontraba tan a gusto en París como en Berlín, en Nueva York como en Río”, estima Alain Elkann.
Hombre de izquierdas, Eco no era un escritor encerrado en una torre de marfil. Escribía regularmente en el semanario L’Espresso.
Tras la victoria de Silvio Berlusconi en las elecciones legislativas de 2008, consagró un artículo al retorno del espíritu de los años cuarenta, “lamentando tener que escuchar discursos parecidos a los de ‘la defensa de la raza’ que no atacaban solamente a los judíos, sino también a los gitanos, marroquíes o extranjeros en general”.
Su último combate lo libró al lado de escritores como Sandro Veronesi para proteger el pluralismo de la edición en Italia después de la adquisición de RCS Libri por Mondadori, propiedad de la familia Berlusconi.