Historia que duele - III

“Solo los tontos se aprovechan de las buenas situaciones –nos recuerda un refrán– los inteligentes se aprovechan de las malas”. Habría que agregar una tercera categoría en la cual ubicarnos, ya que los paraguayos hemos desaprovechado todas las ocasiones favorables sin tomar ventaja de ninguna de las desfavorables.

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Es decir, ni tontos ni inteligentes, aunque el detalle tal vez debería explicarse por nuestro “...nacional carácter: circunspecto, callado, taciturno/mezcla de adusta gravedad indígena y de leal cordialidad guaireña”, según nos describe Eloy Fariña Núñez en su “Canto Secular” del Primer Centenario.

Debe advertirse, sin embargo, que en las líneas siguientes, el vate humaiteño incurre en una especie de “Oda Parlamentaria”, cuando expresa: “Amamos todo..., las alhajas, la música, los versos, los viajes/la vida exuberante, el sol, la siesta/el lánguido columpio de la hamaca/el cigarro, el chipá, la miel y el mate”. Corría el año 1911; los señores del Congreso han adoptado hoy gustos más refinados...

Pero volviendo a las lecciones desaprovechadas de la historia, hecho que denotamos en nuestros fascículos de los domingos, nos encontramos ahora con una nueva situación de conflicto planteada por nuestros vecinos/exsocios del Mercosur. La que hasta pone en duda la continuidad de nuestro país en el bloque: ¿Deberíamos permanecer en él? ¿Salirnos? Estas interrogaciones pueden ser planteadas, sin embargo, y con cualquiera de las decisiones, de manera completamente distinta: ¿Quedarnos simplemente? (siempre y cuando nos acepten, desde luego), o poniéndole alguna dosis de dignidad al asunto y plantearnos por ejemplo: ¿Cuáles serán nuestras condiciones para volver? Porque todos sabemos que si la decisión es salir, también debe establecerse como un presupuesto inevitable, que el bloqueo y la hostilización se agudizarán de maneras extremas y obligarán acciones correspondientes de parte del Paraguay.

Cualquiera de estas determinaciones inducen –de nuevo– a mirar de reojo la larga historia que pautaron las relaciones entre nuestros vecinos. Llenas de conflictos y desamores que se desmantelaban como por encanto en cuanto tuvieran una molestia compartida. Especialmente durante la vigencia de los gobiernos porteño/unitarios y cuando el Imperio se manifestaba muy favorablemente dispuesto hacia cualquiera que le ayudase a combatir a sus propios enemigos. Ellos fueron Artigas, los caudillos Federales, Juan Manuel Rosas... y el Paraguay. En el Archivo Histórico de Portugal (Torre du Tombo) se guardan documentos que demuestran que Pedro I albergaba en su Corte a un curioso “Presidente del Paraguay” llamado Antonio Sosa, en la misma época que despachaba emisarios (Antonio Manuel Correa da Cámara) junto al Dictador Francia para tentar una amistad por ese entonces imposible.

En cuanto a los acuerdos argentino/brasileños, no son cuentos ni especulaciones. Una larga lista de libros dan testimonio de aquellos conflictos y como botones de muestra, van tres: “El expansionismo brasilero y la formación de los estados de la Cuenca del Plata” de Augusto Luis Moniz Bandeira (brasileño-tesis doctoral); “La guerra del Paraguay. Triple Alianza contra los estados del Plata“, de Leonardo Castagnino (argentino), y “El Imperio del Brasil y el Río de la Plata”, de Efraín Cardozo (paraguayo).

Estas y otras publicaciones como “Historia del Uruguay“, de Eduardo Acevedo o “Paraguay: revoluciones y finanzas“, del norteamericano Harris Gaylord Warren, hacen un preciso recuento del “modus operandi” imperial para “generar conflictos” que sirvieran de excusa para las intervenciones correspondientes, después.

Y existe otra historia igual de extensa que enlaza al Paraguay con estos mismos vecinos. La que se inicia en tiempos anteriores a la Independencia hasta la época de las dictaduras militares, inmediatamente anterior a la constitución del Mercosur.

Pero embelesados de Democracia, ni siquiera miramos de soslayo ese pasado común, en el momento de concretarse el Mercado Común del Sur; que lo único que ha tenido de común es el proverbial menoscabo a nuestro país. ¡Cuántas veces han venido mandatarios argentinos a Asunción a hablarnos de hermandad mientras los cargamentos de tomates, piñas o pomelos paraguayos eran arrojados al Río de la Plata porque se habían podrido esperando el desmantelamiento de inventos burocráticos!
Motivados tal vez por los conflictos de siglos, los europeos pusieron para la concreción de la UE, mayores cuidados. Porque solo la experiencia compartida y las frustraciones del pasado permiten reconocer las asimetrías entre los que pugnan por una integración justa y productiva. Con acuerdos que manifiesten el explícito y claro interés de mitigar –al menos– las desventajas estructurales de los menos favorecidos.

Pero curiosamente, se privilegió una cláusula democrática que en realidad, debería llamarse hoy, CAUSA IDEOLÓGICA. Pues determina el ingreso de unos, la distendida “comprensión” para otros y mayor exclusión para los excluidos de siempre.

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