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Lo terrible es que a casi 24 años de aquel hecho, emergió una generación de paraguayos que entonces no había nacido o contaba con menos de 10 años de edad. Hoy son una multitud de entre 30 y 40 años que no tuvo la experiencia de vivir el “ambiente de paz, tranquilidad y progreso” que gozaba la República “en esos tiempos felices cuando éramos tan desdichados” para usar la frase de Víctor Hugo.
Traspuesta la primera década del siglo XXI, estos jóvenes son protagonistas de la democracia aunque lo entiendan -y practiquen- de manera diametralmente distinta a los que hemos vivido aquella época.
Solo coincidimos en la común ignorancia de la mayoría de los hechos de nuestra historia. Y aunque casi analfabetos en el asunto, tampoco nos inhibimos de enfrascarnos en acaloradas discusiones -en cuanta ocasión se presente- sobre cualquiera de aquellos incidentes.
No deja de llamar la atención, sin embargo, que en contraste con la curiosidad e interés de los extranjeros sobre nuestra historia, los paraguayos no seamos capaces de apreciarla y difundirla, en todos los formatos y medios posibles: producciones cinematográficas o literatura histórica, investigación científica o edición de historietas, de manera que la información trasponga todos los niveles y genere reconocimiento, afirmación de valores, sentido de pertenencia o simplemente dinero.
Depurada de pasiones y espíritu revanchista, pero especialmente opuesta a la tendencia de adjudicar ideologías -convenientemente afines- a gestas y personajes, nuestro rico pasado puede ayudarnos a “levantar la mira” en pos de objetivos de alto valor.
Y aunque callada o ignorada, la historia es siempre operativa e impone sus verdades. Como ha sucedido en las últimas décadas del siglo XX y especialmente ahora, cuando las relaciones del Paraguay con los países de la región reitera momentos críticos de otros tiempos. Debe lamentarse entonces que los acuerdos suscritos con ellos nunca consideraron la “...identidad de antecedentes políticos, la posesión de una historia nacional y la consiguiente comunidad de recuerdos”, que John Stuart Mills adjudica el “pasado común”. El que otorgaría la posibilidad de concretar relaciones equilibradas, productivas y duraderas. Porque las que se gestaron y gestan sobre las conveniencias de los más fuertes, afinidades ideológicas (también alineadas a las de los más fuertes) o las imposiciones de la balanza comercial, no han sido nunca de buen augurio para nuestro país.
A través de esta reedición, ABC promueve una aproximación a los hechos de una historia llena de padecimientos y conflictos, pero que nos ha definido como sociedad y como Nación. Probablemente algunos crean que revisarla es escarbar sobre nuestras llagas o “remover el puñal de la herida”. Pues no, porque no lo hacemos para “victimizarnos” o autodisculparnos como tantas veces; sino con la pretensión de sanar lo que aún sangra y duele. Para que asumamos con dignidad el ejemplo de nuestros compatriotas del pasado, quienes se afanaron en dejarnos un país mejor del que ellos padecieron. Lo hacemos también para que la historia de la patria no se reduzca al protagonismo de ningún sector partidario, ni a las circunstancias que enfrentaron a algunos de ellos, en procura del poder o para defenderlo. Debido a que casi todos -con las honrosas excepciones del caso- no nos dejaron muy buen recuerdo de esas actuaciones.
Finalmente, porque ya es hora de que seamos conscientes, todos, de nuestras responsabilidades y obligaciones. Tanto como lo somos de nuestros derechos. Pues la democracia no podrá afianzarse en el Paraguay si persistimos en el simple -pero costoso- cumplimiento de rituales electorales ... de cuyas consecuencias no hemos cosechado -hasta hoy- nada mas que fracasos.
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