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Ya en su época, Josefina Plá y Jaime Bestard confirmaron los méritos artísticos de Víctor Ocampos. Aquí una pincelada de su desconocida historia, marcada por la buena técnica y estilo propio.
Víctor Alberto Ocampos Herrera nació en Asunción, el 7 de agosto de 1920. Su luz se apagó en la misma ciudad, a los 72 años, el 16 de enero de 1992. En referencias artísticas, su apellido aparece sin la S final.
Se inició en la pintura siendo alumno de Jaime Bestard, con quien estudió hasta 1944, cuando viajó a Buenos Aires. “Ese mismo año, durante el gobierno del presidente Higinio Morínigo fue becado a Argentina, donde realizó estudios de dibujo y pintura con Fiorabanti, Bigatti, Torres Rebello y Raquel Fornel”, según figura en las páginas del “Diccionario de las Artes visuales del Paraguay” (2005), de Lisandro Cardozo.
La mayor parte de su vida VAO (así firmaba sus lienzos) hizo honor al título de “profesor de dibujo y pintor decorador” que obtuvo en 1951 en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón, de la capital porteña.
A su regreso, en 1956, realizó exposiciones en la Galería Atlántica, Unión Club, y desde 1958 a 1972 en la Dirección General de Turismo. En una página del (desaparecido) diario Hoy del 30 de octubre de 1986 se anunciaba su participación en una muestra colectiva en la galería de arte Miró, con Emili Aparici, Federico Ordiñana, Joel Filártiga, Genaro Pindú, Enrique Careaga, Michael Burt y otros.
Las ediciones del martes 7 de junio de 1988, de Última Hora y Hoy, publicaban una exposición individual suya, quizás la última, en la galería Espacio Alternativa (Félix Bogado y Dr. Esculies). “Luego de un largo periodo de silencio volverá a exponer el pintor Víctor Ocampo. Sus obras (dibujos y óleos) podrán ser apreciadas en la Sala Espacio Alternativa, de Vinicius Restaurante...”, se leía en la publicación.
A renglón seguido, el artículo citaba las críticas de especialistas, sobre su obra. En un párrafo se consignaba que “Jaime Bestard opinaba sobre él en estos términos; Víctor Ocampo es un verdadero artista. Valiente y decidido para enfrentarse a lo clásico. Se expresa con libertad, y solamente así puede el artista ser un verdadero creador. Ya los pintores no deben desesperarse para pintar, pues cuando pintan lo que sienten, si lo hacen bien, lo hacen con originalidad”.
Por su parte, el crítico Juan Manuel Prieto aportó lo suyo en beneficio de las figuras desnudas pintadas por Ocampos. “No faltan quienes temen al desnudo en el arte, por asociarlo con cierta pornografía; pero si vieran las obras de Víctor Ocampo cambiarían de opinión, pues pocas veces se han visto desnudos menos desnudos y bien raros, por el pudor y la castidad que sugieren”.
Un avejentado tríptico, hecho para repartir al público asistente a una exposición realizada en la Sala Guido Boggiani, con los auspicios de la Sociedad Dante Alighieri y la galería de Arte “Encuentros”, e inaugurada el viernes 4 de octubre de 1985, recuerda el escrito de Josefina Plá para la ocasión.
“Conocimos a Víctor Ocampo hace precisamente cosa de treinta años. Fugazmente, creo, tomó contacto con la atmósfera renovadora de que fuera factor el grupo Arte Nuevo. Y realizó una exposición en la cual si no recordamos mal mostraba una acentuada inclinación a las formas cubistas. Pero que sepamos, no volvió a exponer y no dio ocasión a que se lo recordase, y participa en algunas exposiciones colectivas, este año. Ahora expone en la Sala Boggiani, auspiciado por la Galería de Arte “Encuentros”, una serie de técnicas mixtas, acuarela y tinta, la tendencia surrealista de estas formas apretadas, recogidas, casi escultóricas...”.
Como remate, Josefina Plá reconoce: “Esta exposición revive la presencia individual de un pintor por tanto tiempo alejado del ejercicio, y que, al hacerlo, lo hace conectado a su época. Ella (la muestra) reúne suficientes rasgos interesantes como para captar la atención del espectador”.
En el libro “Crónicas de Barrio Obrero”, editado en el año 2008, por Pedro González, aparece en la página 74 una crónica dedicada a “El pintor”. Relata el autor que “en uno de los veranos de mi infancia, vino llegando un día un señor muy amable con todos los niños a nuestra reunión en las tardes candentes en la salamanca. Enseguida se hizo amigo de todos por una cualidad poco común en las personas. Armado con un lápiz y un papel empezó a dibujar el rostro de cada uno de nosotros por riguroso turno. Uno por día”.
Pedro González recuerda que más tarde asistió al Colegio Fulgencio Yegros y para sorpresa suya se reencontró con aquel personaje, está vez como su maestro. “¡El profesor de Dibujo resultó ser el famoso dibujante nuestro en el barrio Obrero! Nada más y nada menos que uno de los grandes de la pintura en el Paraguay. El pintor Víctor Ocampo”.
En las pinturas de VAO se descubren rostros sumisos, de ojos muy grandes dominados por la melancolía. Y con equilibrio de colores, sus pinceles daban formas a las figuras cubistas.
Ahora, Víctor Ocampos resurge por fuerza de sus obras que lo conducen a ubicarse entre los pintores notables del siglo XX, en Paraguay.
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