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El libro fue editado por la editorial Capital Intelectual y no se distribuye en Asunción. Ticio expone en este libro sus ideas sobre arte, política, cultura, indigenismo y otros temas que forman parte de su acervo intelectual. Según Marina Oybin en una entrevista publicada en el suplemento Radar del diario Página/12, Escobar despliega en el libro una investigación erudita que avanza por cuestiones que van desde la preeminencia de los aspectos lingüísticos sobre los formales en el arte contemporáneo. También abarca la relación entre arte, ética y política.
El libro incluye cuatro ensayos largos en los que Escobar se explaya sobre la potencia o impotencia política del arte y la posibilidad de repensar una recuperación del aura que le otorgue una nueva potencia al arte, en disputa con la lógica mercantil que lo ha colonizado. Para ello, discute con autores como Georges Didi Huberman y Jacques Rancière.
La obra finaliza con una entrevista que recorre la vida y el pensamiento de Escobar efectuada por el crítico anglo-español Kevin Power, quien fue vicedirector del Museo Reina Sofía.
Según Marina Oybin, en el suplemento Radar, un capítulo aparte merece el análisis de Ticio Escobar sobre la obra del artista español Santiago Sierra. “Para el autor, el problema de algunas obras de Sierra radica en que la representación de situaciones que mercantilizan el cuerpo, como por ejemplo cuando le pagó a diez personas para que se masturbaran delante de una cámara, se inscriben con demasiada comodidad en el sistema que pretenden cuestionar. Sin embargo, Ticio Escobar cree que hay una gran cantidad de acciones de Sierra que escapan a esa dinámica: evitan ser neutralizadas por el sistema que impugnan”.
“Cuando Ticio Escobar invitó al artista guatemalteco Aníbal López a participar en la Bienal de Porto Alegre, donde era curador –sigue contando Oybin–, el artista para realizar su acción entró en contacto con un grupo de contrabandistas de Ciudad del Este. “En la Bienal mis colegas me decían ‘vos estás loco’”, recuerda Escobar. Es que López contrató peligrosos hampones y les pagó para contrabandear un container hasta Porto Alegre. Adentro de la caja, podía haber armas, drogas, joyas, obras de arte... Los contrabandistas no preguntaron. Astuto, el artista envió la caja vacía. Imposible acusarlo de delito”.
“Es una ironía feroz: él contrabandeó la nada o un espacio de ausencia o de vacío –señala Escobar–. La nada también como un principio activo: en un sistema mercantil que se muere por ocupar todos los espacios, él se da el lujo de derrochar un espacio. Traficar el vacío es sumamente poético”.