“El Gran Gatsby”: lo que el dinero puede comprar

El director australiano Baz Luhrmann ha convertido a “El Gran Gatsby” en un gran espectáculo. Toda la melancolía de Gatsby, la decadencia de la riqueza y la imposibilidad de comprar un sueño que transmitía la novela de F. Scott Fitzgerald ha quedado de costado. Lo que Luhrmann ha buscado es explotar “los locos años 20” en 3D, donde el art deco y el jazz se muestran exultantes. Las fiestas son interminables y los autos muy veloces. Todo eso está en la obra original, pero no con la vehemencia como se expresa en la película. Aquella sutileza, aquella elegancia en el relato ha sido dejada de lado por crear un show que apunta a otro objetivo.

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Tal vez, más que la opulencia de la década del veinte en los Estados Unidos, Luhrmann haya buscado retratar esta época actual, con toda su rapidez y su efervescencia, como ya lo había hecho en “Romeo + Julieta”. También “Moulin Rouge”, con sus canciones pop en un París del siglo XIX, tenía ese toque posmoderno. Pero aquí no mezcló épocas ni estilos, sino que se empecinó en ser lo más fiel posible, al menos a la idea que uno tiene de los “años 20”. Se dio el gusto de crear un mundo de opulencia y ensueño, como quitado de una producción de modas para Vogue, Harper’s Bazaar o cualquier otra revista de gran tiraje mundial. Más que los años 20 en sí, es el imaginario que existe sobre esa época. Buscó comprar su propio sueño. ¿Lo logró?

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