El 13 de enero en la historia del Paraguay

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El libro que entrega hoy ABC Color, "El Paraguay bajo el Nacionalismo (1936-1947)", de José Carlos Rodríguez, contempla en uno de sus capítulos la referencia a una fecha que se volvió emblemática para el imaginario político desde que Luis María Argaña pronunciara aquella frase "siempre habrá un 13 de enero". Qué ocurrió el 13 de enero de 1947. José Carlos Rodríguez narra los hechos desde la perspectiva histórica en esta obra que es el volumen número 11 de La Gran Historia del Paraguay, la colección bibliográfica editada por El Lector.   

He aquí un extracto del referido capítulo   

El 13 de enero fue una gran victoria para el Partido Colorado, su advenimiento al poder. Siempre habrá un 13 de enero, declaró orgullosamente uno de sus jefes, vicepresidente de la República, hace pocos años, poco antes de haber sido asesinado. La fecha será recordada como una fecha de triunfo, porque, gracias al golpe de la Caballería, un partido minoritario, víctima de 43 años de exclusión, predominantemente rural, nostálgico del siglo XIX, se convirtió en el príncipe incontestable del Paraguay en los siguientes 61 años.   

Los jefes del partido debieron pensar que estaban haciendo lo mismo, que en su lugar habrían hecho y ya lo habían hecho sus adversarios. Tomar el poder por la fuerza, lo que siempre tiene un precio que hay que pagar, pero era la regla de juego del sistema político, que no se sometía al veredicto de las urnas.   

Morínigo pudo haber dicho que no estaba obligado a obedecer a los mandos militares, a los que rendía cuenta y con los que hizo un trato, porque ellos formalmente no constituían ninguna autoridad; al revés, ellos deberían obedecer a su comandante.   

Morínigo era el presidente y el oficial más antiguo como sostiene Edgar Ynsfrán. El general no cumplió la palabra empeñada, pero el ganador entonces no era el que la cumplía, sino el que ganaba de mano a sus contendientes, que tampoco iban a mantener la palabra, cuando lo que estaba en juego era el gobierno. Respetando la palabra empeñada no se hacían los golpes de Estado, que eran el origen real del poder efectivo. Los jefes militares que alentaron a Morínigo a dar el golpe contra los jefes castrenses luego lo depusieron con otro golpe contra el propio jefe del anterior complot, Morínigo.   

El Partido Colorado habría visto mejor que los demás que la potencia dominante era la norteamericana y detrás, el Brasil; que la Caballería era ‘el gobierno del gobierno’, que la ambición terminaría perdiendo al astuto y vanidoso presidente militar; que un país pequeño solo podría ser el furgón de cola de los más grandes; que al llegar a ser los intermediarios, el partido sería también el más beneficiado de esa política que había beneficiado a Estigarribia y a Morínigo.

¿Salvó al Paraguay?

La propaganda dijo que el coloradismo salvó al Paraguay del comunismo. Pero esto último ya es realmente difícil de sostener. Fuera de una propaganda muy panfletaria, nadie puede pensar en serio que un partido comunista tan pequeño, apegado a un movimiento obrero poco numeroso, sin fuerza cultural, en un país ultraconservador, rodeado de países dominadores, pudo haber llegado al poder e imponer un proyecto totalitario que, por otro lado, fue casi lo que realizó el coloradismo, en los primeros tiempos, cuando desplazó al poder anterior.

El comunismo no era más que un pretexto para privar de libertad a todos los demás partidos que, en general, eran anticomunistas. El anticomunismo era una política innecesaria e inconducente en Paraguay, salvo para congraciarse con el nuevo poder mundial.   

Las palabras que los protagonistas de aquel tiempo dejaron para la historia, que decían en voz alta, que firmaban en sus documentos y afirmaban en la prensa resultan bien diferentes a la visión maniquea, maquiavélica o maniobrera de la historia.   

Morínigo siempre había obedecido o negociado con su Soviet’i (como él llamaba a la reunión de los jefes castrenses). En enero de 1947 también se había comprometido a hacerlo. Su vuelta atrás –literalmente entre gallos y medianoche del domingo 13 de enero de 1947– evidenció mala fe, un juego sigiloso y clandestino.   

Los protagonistas de la primavera democrática estaban pública y formalmente comprometidos con la democratización del país, aunque tuvieran el propósito secreto de copar el gobierno, dejar fuera y en la ilegalidad a los demás partidos políticos, cancelar los derechos y las garantías ciudadanas y criminalizar a la disidencia política. Los protagonistas de aquel tiempo estaban formalmente de acuerdo en que el árbitro debía ser, finalmente, el voto ciudadano. Eso significaba someterse y acatar el resultado de elecciones libres, limpias y competitivas.   
Para ello debían establecer un calendario electoral, una autoridad electoral imparcial, elaborar padrones limpios, una ley electoral consensuada y una Constitución democrática. Eso es lo que se estaba haciendo y lo se había prometido. Habían dado su palabra las Fuerzas Armadas, el Partido Colorado, el Partido Liberal, la Concertación Revolucionaria Febrerista, el Partido Comunista y también la prensa, que influía en la opinión cuando se levantaron las restricciones. Estaba públicamente por la democratización también ese actor secreto que constituían las embajadas, representantes de los Estados que manejaban el escenario regional e internacional, del cual un país pequeño, pobre y aislado era dependiente. Actor que, según historiadores norteamericanos, apostó por el poder de Morínigo y el Partido Colorado, que dieron al traste con la primavera democrática.   

El general Higinio Morínigo fue el gestor principal del autogolpe del 13 de enero de 1947 que permitió el retorno del Partido Colorado al poder.
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