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Tras escuchar de fondo “Doña Soledad”, de Alfredo Zitarrosa, llegó la atrapante introducción por parte del percusionista Borja Barrueta, quien dio demostración de ese buceo por las posibilidades sonoras de una guitarra. Los demás músicos y Drexler entraron al son de “Movimiento”. El público estalló cuando el uruguayo se arrodilló y besó el piso. Las emociones rebasaban los cuerpos ya desde el inicio. Desde allí las canciones se fueron materializando mágicamente una tras otra, en un repertorio elegido inteligentemente, donde recorrió los inicios de su carrera hasta la actualidad.
El show siguió con las alegres “Río abajo”, “Abracadabras” y “Transoceánica”, para dar paso a un clima muy opuesto con la opresiva “12 segundos de oscuridad”, mientras un reflector blanco giraba emulando a un faro.
“Más bien pareciéndose a la vida misma el concierto es como un pendular anímico, puede pasar de una crisis existencial a lo más luminoso”, dijo en un momento Drexler, en alusión a cómo el show llevaba a la platea por estados emocionales muy contrarios, según el ambiente que creaba con cada canción. Así llegaron “Estalactitas”, “Universos paralelos” y “Despedir a los glaciares”. Esta última dedicada a los glaciares de Mérida y a Leonard Cohen.
“Estamos por unas horas refugiados, asilados aquí adentro”, manifestó tras explicar que el gran círculo que se alzaba al fondo del escenario era la boca de una guitarra y nosotros estábamos dentro. Así llegaron las notas de “Asilo”, cuando los músicos rodearon de cerca al cantante casi de manera teatral, al compás de esta penetrante ranchera. En una atmósfera conmovedora llegó luego “Salvavidas de hielo”.
Drexler quedó solo en escena y se sentó a un costado del escenario. “El ejemplo de Mangoré, de haberse sentido en casa en tantos lugares diferentes, no se imaginan hasta qué punto ha sido importante para mí”, expresó antes de eclipsar con “Milonga paraguaya”. En este segmento siguió con los homenajes y ofreció algo que, confesó, nunca había cantado en vivo: “Recuerdos de Ypacaraí”, incluso disculpándose y volviendo a repetirla, porque la había tocado “muy rápido”, bromeó. El público, agradecido.
Entre tema y tema Drexler dio rienda suelta a su calidez y no dejó de conversar con el público, ya demasiado exaltado en cierto punto, pero hasta hizo caso a sugerencias en la parte más íntima. Así entregó “Guitarra y vos”, “Salvapantallas”, “Fusión”, “Milonga del moro judío”, “Pongamos que hablo de Martínez”, “Alto al fuego”, y otras. La última, junto con el bajista Martín Leiton y el guitarrista Javier Calequi, como una suerte de trovadores modernos.
Descendió seguidamente para estar más cerca del público y conmover con una versión a capela de “Al otro lado del río”. La platea rugió al coro de “Rema, rema, rema” dirigido por él.
La banda completa volvió para la cumbia psicodélica “Bolivia”, la seductora “La trama y el desenlace” y la romántica “Me haces bien”, ya casi hacia el final, temas que antecedieron a un mágico momento de “Silencio” compartido.
Tras la amenaza de una despedida el público reclamó con inagotable energía que el artista y sus músicos vuelvan a escena. Entonces Drexler permitió que una gran cantidad de gente se acerque al escenario y, en una pista de baile improvisada, se vinieron “Telefonía”, “Bailar en la cueva” y “La luna de Rasquí”.
Nuevamente hubo despedida, pero el público seguía en pie. Aquí sí vino el cierre, otra vez con una gran cercanía entre los artistas y la gente, con el festivo candombe que es “Quimera”.
La banda, que se completaba con Campi Campón, productor del disco y encargado de las programaciones y percusión, encontró un natural equilibrio, llevando las canciones del disco a poderosas y únicas versiones en vivo, demostrando así una gran evolución de lo que fue uno de sus primeros show de la gira, realizado en octubre pasado en el Gran Rex de Buenos Aires.
Drexler cautivó con su incuestionable carisma y su arma certera: el don de comunicarse con el público de una manera tan natural. Estar asilados en su guitarra fue motivo de gozo para quienes, desde 2007, esperaban su regreso o para quienes lo veían por primera vez.
En sus canciones no solo hay música, pues en sus letras vierte, con astuta poesía, sus preocupaciones por el planeta en el que vivimos, su amor por el folklore latinoamericano, su reflexión sobre la condición humana, el desgranaje de nuestra historia, y mucho más.
Así hizo de su música su identidad para mostrarse sincero, apasionado y espontáneo ante el público paraguayo. Irradió su sencillez y su filosofía en sonoridades diversas. Nos refugió y logró llevarnos de la mano a emocionarnos y razonar entre la euforia y la nostalgia, dentro de esa tan necesaria libertad que es la música. victoria.martinez@abc.com.py