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Es la historia de un cura exorcista que va con una joven novicia hasta una perdida abadía de Rumania para investigar sobre el suicidio de una monja, enviados por el Vaticano. ¿Cómo se enteró la cabeza de la Iglesia Católica de esto si el tema no fue tratado de manera oficial? El cuerpo de la monja fue dejado en un almacén de la abadía por el mismo joven que lo encontró. No hubo policías, no hubo forenses. Además, es 1952. ¿Puede el Estado rumano, en plena época soviética, cuando el Estado estaba en todas partes, dejar pasar así nomás un suicidio? Es solo la primera de una sarta de incongruencias que tiene esta película.
El mexicano Demian Bichir y Taissa Farmiga (la hermana de Vera Farmiga, de “El conjuro”) son el cura y la novicia. Ambos tienen experiencia con fenómenos paranormales y descubrirán que la abadía es gobernada por un demonio que ha encarnado en el cuerpo de la madre superiora.
“La monja” es un desprendimiento de las películas “El conjuro”, con historias basadas en los Warren, una pareja de investigadores de fenómenos paranormales. Hay un sentido en sus películas que las ha convertido en productos de buena calidad dentro del género. En “La monja”, dirigido por un tal Corin Hardy, lo incongruente es lo que prima, además de todos los estereotipos habituales de este género: El castillo alejado del pueblo, donde nadie quiere ir; la noche de tormenta, donde pasa todo, los infaltables golpes de sonido (¿qué harían las películas de terror actuales sin los golpes de sonido?), etcétera, etc.
El entretenimiento verdadero con esta película es enumerar las estupideces y los sinsentidos que ocurren (radios antiguas que funcionan sin electricidad, carteles en inglés en una villa rumana de la época soviética). Es como una película de clase B de los años cincuenta pero hecha con los presupuestos de una superproducción. En resumen, un engaño.
Lo preocupante es cómo estas películas tienen tanto éxito en cartelera. ¿Qué activa “La monja”? ¿Eran tan tenebrosas las monjas de nuestra tradición escolar? Las preguntas pueden ser tantas, pero esta película no las responde. No resiste el menor atisbo de análisis. Ni quiere hacerlo. Solo juntar plata con elevaciones repentinas de sonido y una mujer vestida de monja, con un maquillaje tétrico paseándose en un escenario poco iluminado. Nada que ya no hayamos visto antes en películas mucho más interesantes.