Cargando...
Roa Bastos empezó a escribir “Yo el Supremo” en 1966. Le había propuesto a su compañera de entonces, Amelia Nassi, mudarse a Mar del Plata para escribir “Contravida”, pero era la idea de “Yo el Supremo” la que se mantenía latente. Escribió una serie de cuentos que aparecieron en el libro “Moriencia”, en 1969, y se dedicó de lleno a “Yo el Supremo”.
“Hubo momentos muy difíciles cuando ya estaba muy metido en el personaje. Entonces yo no sabía si vivía con Roa Bastos o con el Dr. Francia”, señala Amelia Nassi en una entrevista publicada en el libro “Roa Bastos, vida, obra y pensamiento”, de Antonio R. Pecci.
“Se ponía a escribir, nos contaba Amelia, y se olvidaba de comer, de cenar, y seguía y seguía. Estaba obsesionado, tenía que sacar eso. Pero yo sé que él escribió muchas páginas más de las que tiene el libro. Descartó un montón de páginas, y tenía dudas incluso sobre la estructura de “Yo el Supremo”. Pero era evidente que tenía que sacarse ese muerto de encima, porque o si o no se moría él”, había dicho el crítico paraguayo Edgar Valdés, quien vivía en Buenos Aires.
“Un monumento narrativo. Una de esas invenciones fuera de la serie consabida de la novela a que estamos habituados, suerte de monstruo o animal mitológico de los que algunas –pocas– veces irrumpen en la literatura latinoamericana, la desbordan con su excepcionalidad algo aberrante y al mismo tiempo dan la medida de sus potencialidades”, dijo el crítico uruguayo Ángel Rama acerca de “Yo el Supremo”.
El crítico destaca también el libro como inclasificable (historia, novela, panfleto revolucionario, ensayo sociológico, poema en prosa, confesión autobiográfica, debate sobre los límites de la literatura, etcétera), pero más que nada dice que ha asumido todos los conflictos del latinoamericano de su tiempo. “No bien publicado, se constituye en un obligado punto de apoyo de la literatura latinoamericana o, más exactamente, en un testimonio clave sobre la cultura original de ‘Nuestra América”’.