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Teniendo en cuenta las características oscuras de las películas de los personajes creados por la DC Comics, se esperaba que el director James Wan (el mismo de “El conjuro”) nos presentara una historia más desafiante. “Aquaman” es solo un producto pororosero de verano, para que los niños y jóvenes que acaban de terminar las clases se diviertan. No está mal que existan películas pororoseras, pero de ellas mañana ya nadie se acuerda. A este filme le hace falta algo más. Ese algo más que hace a una gran película.
La película cuenta cómo la reina de la Atlántida (Nicole Kidman) se enamoró de un farero (Temuera Robinson). De ese amor nació, Arthur, que con los años se convertiría en Aquaman, que en el cine es protagonizado por ese gigante que es el hawaiano Jason Momoa, alguien adecuado para encarnar a la versión moderna del superhéroe, diferente del que conocimos en la infancia.
Arthur vive como un “outsider”, alejado de la corte atlante. Pero deberá asumir sus roles reales cuando su hermano Orm (un desaprovechado Patrick Wilson, quien ya se puso el traje de superhéroe en “Watchmen” y que trabajó con Wan en “El conjuro” como Ed Warren) decide hacer la guerra a los habitantes de tierra firme por contaminar el mar con sus desechos. La verdad que nos merecemos, pero vendrá Aquaman a mediar la situación, y a tridentazos resolverá la cuestión con su hermanito malcriado.
Y la película es solo eso. Batallas bajo el mar. James Wan no se juega. Hace un filme de compromiso, sin un toque personal. Las actuaciones no tienen chispa, ni los protagonistas y mucho menos los secundarios, que son estrellas como los mencionados Kidman y Morrison, y Wiliam Dafoe, que es Vulko, el protector del joven Arthur. En fin, producto divertido pero efímero.
sferreira@abc.com.py