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Es el número trece de la colección que publica ABC Color y El Lector y aparecerá el próximo domingo.
En el prólogo del libro, el historiador Hérib Caballero Campos señala que sea cual fuere la posición de los lectores, “este libro posee la riqueza de contrastar diferentes opiniones y documentos que arrojan luz sobre aquellos procesos que concluyeron con la ejecución de más de seiscientas personas”.
Entre los ejecutados se encontraban desde sencillos soldados hasta ministros del Poder Ejecutivo, el obispo del Paraguay, Manuel Antonio Palacios, e incluso el propio hermano del mariscal López, Benigno, y otros miembros destacados de la élite política y militar paraguaya.
Los procesos de San Fernando se abrieron tras la denuncia de una conspiración que involucraba a altos funcionarios y a la propia familia del jefe de Estado, para derrocar al mariscal López y luego tratar de negociar una paz con los aliados.
En su libro, Alcibiades señala que el 10 de julio de 1868, el mariscal López se reunió con sus colaboradores inmediatos para anunciarles que se había descubierto una gran conspiración.
El autor se apoya en una referencia del coronel Juan Crisóstomo Centurión, quien en sus memorias afirma: “Enseguida reunió (López) en el corredor de su mismo cuartel a los siguientes: generales (Vicente) Barrios, (Francisco Isidoro) Resquín y (José María) Bruguez, el señor obispo (Manuel Antonio) Palacios y muchas otras personas caracterizadas, hallándose también presente el que escribe estas memorias, y dijo (el Mariscal): Que acaba de descubrirse una tremenda conspiración contra su gobierno y contra aquellos que le eran fieles, que los conspiradores se habían puesto en comunicación con el enemigo y que este, de esta manera, estaba al corriente de su plan de campaña y que como le interesaba el proyecto o plan que ellos tenían con el enemigo, pedía el parecer de los presentes sobre el medio más eficaz que debería adoptarse para abreviar y terminar lo más pronto posible el enjuiciamiento de ellos”.
De acuerdo con lo relatado por Centurión, y consignado por Alcibiades González Delvalle en su libro, el general Resquín pidió que se torturara a los complotados para que dijeran toda la verdad; a su vez, el obispo Palacios pidió que los implicados descubiertos fuesen pasados por las armas.
López, en tono sarcástico, según Centurión, le contestó al obispo: “Ilustrísimo señor, V.S. Iltma. comprenderá que yo tengo especial interés en saber también aquello que ellos saben, de modo que en ningún caso me puede convenir la medida que V.S. Iltma. propone”.
En sus memorias, resalta Alcibiades, “Silvestre Aveiro apunta que la sugerencia del obispo Palacios a López era porque él (el obispo) ya formaba parte de la conspiración”.