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La hoy moderna y atractiva ciudad de Encarnación acaba de cumplir 405 años. Lejos de aquellos tiempos iniciales nada queda de su origen jesuítico. Era la Reducción Jesuítica de Itapúa, fundada por el padre Roque González de Santacruz, en 1615, al otro lado del río Paraná. Desde 1703, aproximadamente, ocupa el sitio del lado paraguayo.
Siglos atrás tuvo otra época de esplendor. El viajero francés Martin de Moussy visitó el lugar entre 1855 y 1860 y registró en sus escritos que la antigua iglesia era una de las más hermosas del orbe jesuítico. “Tenía 118 varas de largo por 38 de ancho y 16 y medio de altura. Dos hileras de horcones torneados en los que estribaban o se formaban tres naves hermosas. Los horcones del frontispicio eran seis, de lapacho y torneados como los de adentro”, anotó Moussy.
Se sabe que en Itapúa (actual Encarnación, a 371 km de Asunción) trabajó el más célebre artista italiano del barroco: José Brasanelli (1659-1726).
El 24 de abril de 1843, el presidente Carlos Antonio López ordenó el traslado de los pobladores de Itapúa al pueblo de Carmen del Paraná. Al irse las personas llevaron consigo algunos santos tallados en madera: la Virgen del Carmen y el Niño de la Victoria (Tupã Ra’y), que se hallan en la iglesia local y permiten ver la calidad artística con que fueron concebidos.
La tarde del lunes 20 de setiembre de 1926 un ciclón, descripto como el peor desastre natural, azotó a Encarnación. Terminó por derrumbar las pocas construcciones de adobe de la época inicial que seguían en pie.
La llegada del siglo XXI trajo consigo el más radical de los cambios. Una transformación urbana total. Toda la zona baja, de comercios y vida activa de la ciudad, quedó cubierta por aguas del río Paraná. Y sus edificaciones emblemáticas, sus calles recorridas por carumbé y los muelles del puerto han desaparecido. Quedan estas postales de antaño para visitar con los ojos la Encarnación de los recuerdos.
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