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A orillas del lago y en medio de una densa arboleda que da poco espacio a la luz del sol, Pastor (Ever Enciso) y Dionisio (Aníbal Ortiz) se dedican a enterrar cadáveres o “paquetes”, como se señala en las comunicaciones que reciben a través de la radio. Este aparato es su único contacto con el exterior, mientras –entre la espesa vegetación y un precario rancho de madera– reparten su tiempo entre tratar de cazar a un enigmático animal, cavar fosas que luego cubren con cal, preparar cocido o deleitarse con un poco de caña.
Con actuaciones sólidas y la mayoría de diálogos en guaraní se va tejiendo esta trama, en la que la llegada de un hombre que aún respira rompe con la rutina de estos dos sepultureros clandestinos.
El conflicto que plantea Giménez va más allá de la disputa entre estos dos protagonistas en acabar con el “muerto” al que se refiere el título de la película. Como se suele decir, “la procesión va por dentro”, pasa por lo interno, por el dilema ético y moral que atraviesan estos personajes que a diario conviven con el horror de una sociedad sometida al autoritarismo. A través de un suspenso que se sostiene en el tiempo, Giménez logra introducir al espectador en este debate.
La luminosa fotografía de Hugo Colace, los brillantes colores de la tierra y la vegetación contrastan con el macabro entorno en el que se desarrolla la historia. El trabajo sonoro contribuye en gran medida a narrar este relato, que transcurre entre polcas y voces de radio.
“Matar a un muerto” suma a la cinematografía paraguaya un trabajo de excelente factura técnica y una historia que invita a no olvidar el pasado reciente.
malonso@abc.com.py