“De niña aprendí que si no arriesgas, no ganas. Nunca espero el fallo de las otras, en los partidos prefiero ir por todo”, dijo en entrevista a Efe la competidora de 26 años.
Es Cepede una tenista con un buen golpe de revés a dos manos y un 'drive' con filo, pero que marca diferencia con su garra y una buena puntería para lanzar las pelotas a las líneas con la cual alcanzó los cuartos de final del Abierto Mexicano.
La jugadora se dio a conocer como una tenista superior a lo que dice el lugar 82 de su ranking al alcanzar los octavos de final del Roland Garros 2017, en el que dejó en el camino a la checa Lucie Safarova, finalista del 2015, a la rusa Anastasia Pavlyuchenkova, con 10 años entre las 50 del mundo, y a la colombiana Mariana Duque. Fue esa actuación un antes y después en la carrera de Cepede, que en la fase de las 16 le ganó el primer set a la checa Karolina Pliskova, segunda favorita, y solo perdió cuando la europea sacó el nivel que la llevó a terminar cuarta del mundo el año pasado y se impuso por los pelos.
“Lo que me falta es constancia. Ayer mismo fallé par de bolas a la hora buena y ahí se me fue el partido ante la australiana Daria Gavrilova”, asegura. Ante la tercera favorita de Acapulco, el jueves Cepede quebró el primer servicio de la rival y la obligó a jugar perfecto para ganar el primer set.
En el segundo subió la apuesta y la derrotó para provocar un tercero en el que ambas cometieron errores. En la manga definitiva hubo un carnaval de rompimientos de servicios y si Gavrilova le cerró el camino a semifinales a la paraguaya fue gracias a que en su afán de jugar al límite, en dos o tres jugadas claves la pelota de Cepede salió por escaso margen.
“Me voy contenta, aunque fallé pelotas que no puedo errar ante las mejores y Gavrilova es una de ellas. Vienen los torneos de Indian Wells y Miami y confío en jugar bien”, dijo.
Por su insistencia en negarse a morir aun cuando tiene desventajas de 40-0 y sets abajo, Cepede fue comparada en Acapulco con el español David Ferrer, uno de los tenistas de más corazón en el circuito de ATP, pero a la paraguaya le parece un exceso porque no ve nada extraño en el acto de luchar.
Es una jugadora de 1.63 metros que las rivales prefieren no enfrentar porque sus disparos suelen morder las líneas y eso las obliga a gastar las reservas que quieren guardar para las etapas finales de los torneos. “Soy guerrera, sin embargo me enojo mucho”, dice y sonríe para suavizar la frase, sin darse cuenta que su carácter fuerte es lo que hizo que en Acapulco los entendidos repitieran que es una jugadora del top 50 que solo le falta entrar a ese clan. “Después del Roland Garros del año pasado subió mi nivel, me siento segura y voy poco a poquito”, comenta.
Es sociable, pero durante los campeonatos se vuelve solitaria como si quedarse consigo misma fuera una manera de mostrar que no depende de nadie para superarse. “Me manejo bien sola”, confiesa, aunque sabe que en la cancha la acompañan su golpe de revés, su mentalidad y su tenis al borde del abismo con el que busca entrar al territorio de las mejores 50, donde los milagros están al alcance de las manos.