El día que Wimbledon antepuso la televisión a las lágrimas de Ivanisevic

LONDRES. Saque directo. Resto a la red. Volea ganadora. Ace. Duración del juego: un minuto. Ese es, más o menos, un buen resumen de lo que fue Wimbledon hasta 2001, el último año que los sacadores emergieron del pasto para llevarse la copa dorada.

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Con la llegada de 2002, el torneo sufrió uno de los cambios más radicales que se recuerdan en el All England Club. No, no se coloreó el tradicional blanco de las equipaciones, ni se agotaron las fresas con nata, ni se cerró la terraza Aorangi –conocida como Colina Henman–.

El cambio estuvo en la pista. Se empezó a usar un tipo de hierba diferente, más lenta y más duradera. ¿El objetivo? Alargar los puntos para que los partidos se hicieran más interesantes, televisivamente hablando, y aumentar la resistencia de las briznas de hierba por el desgaste de las pisadas.

Los primeros beneficiados en el nuevo Wimbledon fueron el australiano Lleyton Hewitt y el argentino David Nalbandian, dos jugadores que se disputaron el título de 2002 desde la línea de fondo. La victoria del 'aussie' terminó con años de reinado de los sacadores.

En las ediciones anteriores Pete Sampras se había llevado sus siete títulos, el saque y volea del holandés Richard Krajicek le había deparado su único Grand Slam y el croata Goran Ivanisevic había levantado su primera copa tras una dramática final ante el australiano Patrick Rafter.

La aventura de Ivanisevic, que con una invitación y su poderoso servicio se llevó el título, fue superpuesta después por los entorchados de los cuatro grandes. El suizo Roger Federer, el serbio Novak Djokovic, el español Rafael Nadal y el escocés Andy Murray han reinado desde el trofeo de Hewitt y han dejado claro que a Wimbledon ya no se viene a sacar y a volear.

Por eso este año difícilmente se verá a un gran sacador alzando la copa dorada el próximo 15 de julio. Aunque el estilo de saque y volea o simplemente de saque esté cada vez más en desuso en el circuito, fueron varios los que llegaron a Wimbledon con sus casi dos metros de estatura dispuestos a copar las clasificaciones de 'aces'.

El que más papeletas tenía era el croata Marin Cilic, finalista en 2017 y campeón este año en Queen's, y se fue a la calle en segunda ronda ante un jugador de tierra batida como el argentino Guido Pella. Le acompañaron a las puertas del All England Club el croata Ivo Karlovic (eliminado en segunda ronda), el estadounidense Sam Querrey (tercera ronda), el luxemburgués Gilles Muller, verdugo de Nadal en 2017 (segunda) y el español Feliciano López (segunda).

Solo resisten, como bombarderos puros, el sudafricano Kevin Anderson, finalista en el Abierto de los Estados Unidos, y el canadiense Milos Raonic, subcampeón en Wimbledon en 2016.

En sus raquetas queda la posibilidad de devolver al distrito SW19 los destellos de una época pasada en la que la volea del sueco Stefan Edberg era más poderosa que los intercambios de fondo y en la que las lágrimas de Ivanisevic, tras ganar a la cuarta bola de partido a Rafter, eran reclamo suficiente para estar horas pegado a la televisión. Sin importar que los puntos durasen diez segundos o un minuto.

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