Málaga, independientemente del devenir, rearmó el presente y recuperó la vigencia de un mito que no saltaba a una pista para competir desde los Juegos Olímpicos, desde que ilusionó, una vez más, a todo un país al lado de Carlos Alcaraz y desde que se marchó, superado por Novak Djokovic de la segunda ronda del torneo individual.
Desde entonces, no hubo noticias del ganador de veintidós Grand Slam que se dejó ver, de paso, en Arabia Saudí, para formar parte de la exhibición de los elegidos, la Six Kings Slam, sin presión deportiva, alentada por un montante monetario sin precedentes y reflejo de la altura hisótica del pasado incomparable y del presente real.
Pero Málaga ha traído estos días el Nadal que fue. Ha refrescado una memoria adormecida, arrasada por la actualidad. Ha reactivado la leyenda y ha vuelto a poner en boga, por fin, a aquello que nos hizo tan felices durante tanto tiempo.
Otra vez en pista y otra vez a competir para desempolvar esos momentos épicos, inigualables que han devuelto la ilusión de que Rafa es actual. Y lo será siempre.
Málaga, el tenis en general, miró a Nadal como lo que es, un referente del mundo del deporte que para la mayoría estará inmerso en la nominación por los más sobresalientes deportistas de siempre. Para otros no habrá discusión. Para muchos será un ídolo, irrepetible, referente. Ese tipo plagado de virtudes capaz de llevar a la pista gran parte de los principios que uno intenta asumir y transmitir en el día a día: educación, reconocimiento, espíritu de superación, ambición, prudencia, compañerismo, atrevimiento, saber ganar, saber perder.
Málaga se preparó con antelación para estar a la altura. La apuesta de la Federación internacional de tenis para servir de proyección al remate de la temporada asumió la condición de organizador al nivel de la magnitud del evento. El personaje sobrepasó el interés competitivo que justificaba al principio la puesta en escena en pleno noviembre de las fases finales de los considerados como campeonatos del mundo de tenis por equipos.
Durante dos semanas, la Copa Billie Jean King, para las mujeres, y la Copa Davis, para hombres. En el Palacio Martín Carpena, un tablado habituado a lo largo de los años a grandes citas deportivas. Esta vez, también.
No le pilló con el pie cambiado el impacto de Nadal. Y supo responder a la improvisación provocada por las inundaciones en la zona, por la dana y movió el calendario inicialmente previsto con naturalidad.
Málaga se vistió de largo para acoger honrada el último baile de Nadal. Puso en marcha una campaña para agradecer al balear su trayectoria. Una lona gigante de 2.600 metros, se ubicó en el frontal del estadio de atletismo Ciudad de Málaga, frente a los accesos del Palacio de los Deportes y visible desde cualquier parte.
El último año como profesional del balear de 38 años se resumía en diecinueve partidos antes de las Finales de la Davis.Siete torneos, doce victorias y siete partidos perdidos.Poco recorrido para encontrar respuesta a sus dudas y hallar cualquier impresión favorable que alentara una prolongación a su actividad deportiva. Pudo ser la realidad la que impulsara al español hacia ese camino. A pesar de la final alcanzada en Bastad, en Suecia, batido por el portugués Nuno Borges en la búsqueda del título, no encontraba presentimientos alentadores ni positivos. La caída contundente contra Novak Djokovic en los Juegos Olímpicos de París, el largo trecho aparente con la élite, la diferencia de velocidad con la actualidad. Incluso en la exhibición de Riad, lejos de la tensión competitiva, ya con la decisión tomada y con el adiós en marcha.
Quiso que fuera con la raqueta en mano, vigente y con un objetivo por el que luchar el momento de su despedida. Y lo fue. En la selección, en la Copa Davis, donde hizo historia, donde forjó una leyenda eterna. Donde nació el deportista, el hombre y el mito.