El español no encontró rival que le hiciera sombra sobre el polvo de ladrillo durante casi 20 años, pero ha demostrado sobradamente que es más que el rey de la tierra batida.
En Melbourne por ejemplo, sólo se impuso en dos ocasiones pero posee uno de los mejores ratios de victorias/derrotas. Su título este domingo le permite no sólo superar a sus grandes rivales Roger Federer y Novak Djokovic (20 ‘Grandes’ cada uno), sino convertirse en el segundo jugador en la era Open (desde 1968), después de ‘Djoko’, en haber conquistado al menos en dos ocasiones cada uno de los cuatro ‘Grandes’.
Con 90 títulos, 21 de ellos en Grand Slam, 209 semanas como número 1 del mundo, cuatro Copas Davis y dos medallas de oro olímpicas, en individual y en dobles, Nadal tiene, a sus 35 años, un palmarés impresionante, incluso superior al de Djokovic y Federer si de los cuatro ‘Grandes’ se trata.
El propio Nadal valora especialmente sus dos victorias sobre la hierba de Wimbledon, en 2008 y 2010, sobre todo la primera de ellas, al término de un partido legendario ante el campeón suizo.
Aunque es sobre la tierra batida, el terreno más lento pero el más exigente para la cabeza y para las piernas, donde su arte alcanzó la perfección. Durante más de una década, de abril a junio, fue casi imbatible: 395 partidos ganados de 430 disputados, casi un 925 de victorias.
Sus coronas en París, repartidas en tres bloques, de 2005 a 2008, de 2010 a 2014 y de 2017 a 2020, fueron sus obras de arte. Nunca campeón alguno logró ganar tantas veces un mismo Grand Slam.
Tampoco nadie pudo ganar 81 partidos consecutivos en tierra batida, récord establecido entre abril de 2005 y mayo de 2007, ni cosechar 62 títulos en esa superficie.
Una bestia de ganar
Nacido en Manacor, la tercera localidad de la isla de Mallorca, a la que siempre ha estado muy vinculado, Nadal pasó su infancia en un inmueble que acogía a toda su familia, como un clan, aunque sus padres se separarían en 2009.
En ese entorno familiar, sus tíos tuvieron una importancia decisiva: Miguel Ángel Nadal, el futbolista del FC Barcelona, le hizo ver desde muy joven las exigencias del deporte profesional, y sobre todo Toni, su mentor desde los cuatro años hasta 2018, cuando su compatriota y amigo Carlos Moyá tomó el relevo.
Bajo la batuta de su tío, el técnico “más severo que se pueda imaginar”, como dice Nadal en su autobiografía ‘Rafa’, sudaría sangre y lágrimas en el club de tenis ubicado justo enfrente del hogar familiar.
Según Toni, era el precio a pagar para transformar a un chico más bien tímido en una bestia de competitividad en la pista, y a la vez en un caballero dentro y fuera de ella.
‘Inmerso en su tenis’
Menos dotado técnicamente que Federer, el balear triunfó gracias a su mentalidad, a esa “capacidad de aceptar las dificultades y remontar la superioridad de la mayoría de rivales”, dijo el tenista, pero también a su excepcional poder de concentración.
Nadal es también un deportista “que combina la resistencia extrema con la alta velocidad, como un colibrí”, opinó su preparador físico.
Pero, su cuerpo ha sido a menudo su peor enemigo. Ya en 2006, pensó que estaba perdido debido a un defecto congénito en el pie que lo obligaba a usar zapatos hechos a medida. Luego, problemas en la rodilla y la muñeca lo mantuvieron alejado de las canchas por largos períodos.
Este deportista, que ha ganado más de 112 millones de euros (125 millones de dólares) sin incluir los ingresos publicitarios, se describe como una persona normal a quien le gusta pescar con sus amigos, ver partidos de fútbol -deporte que prefería antes que el tenis cuando era niño-, y pasar tiempo con su esposa Francesca, una mallorquina con quien comparte su vida desde 2005.