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Naomi Osaka derrotó a Jennifer Brady y avanzó a la final del Abierto de los Estados Unidos, el torneo que conquistó en 2018. “Para mí Nueva York es como mi segunda casa. Realmente adoro la atmósfera. Lamentablemente no hay gente aquí, pero siento que esta pista me sienta bien”, expresó la nipona después del triunfo por 7-6 (7/1), 3-6 y 6-3, en dos horas y ocho minutos, en la pista Arthur Ashe, la principal del complejo tenístico de Flushing Meadows, en Nueva York. A los 22 años, la cuarta sembrada del torneo disputará el título el sábado contra Victoria Azarenka.
Osaka salió airosa del trance contra Brady, una de las grandes sorpresas de este US Open, por la efectividad en los momentos decisivos, como el tie break del primer set, que ganó por un cómodo 7/1 con el beneficio de dos errores no forzados de la estadounidense. Pese a varios fallos en momentos clave, la anfitrionar (número 45 de la WTA) volvió a exhibir el carácter y la convicción. Hasta mediado el segundo set, el partido fue un intercambio de juegos ganados a partir del saque, con la asiática sumando el 84% de puntos con el primer servicio y la americana, con el 77%.
Osaka no pudo hacer su primer break hasta el tercer set, para estar adelante 5-3 y encarrilar el triunfo que la cita con Azarenka en la final. “He jugado contra las dos. Las dos son muy duras. Solo estoy contenta de estar aquí”, afirmó la jugadora, que dijo sorprendida con su propio rendimiento desde el retorno de la actividad después la pandemia de coronavirus. “Yo solo quería volver de la cuarentena siendo positiva, sin importar si ganaba o perdía pero sabiendo que ponía el 100% de esfuerzo”, continuó la nipona.
Desde el triunfo en el Abierto de Australia en 2019, Osaka no había superado los octavos de un Major, pero en Flushing Meadows ha combinado el talento con una nueva mentalidad de acero. La carismática tenista, la atleta mejor pagada en el mundo el año pasado principalmente por acuerdos publicitarios, se convierte también en un símbolo de las protestas del deporte contra el racismo. Como en los partidos anteriores, volvió a lucir una mascarilla con el nombre de una víctima emblemática de la violencia policial contra población negra en Estados Unidos.
En esta ocasión, la jugadora de padre haitiano y madre japonesa, reivindicó a Philando Castile, un automovilista afroestadounidense muerto a tiros durante un control policial en 2016. “Solo es saber que estoy llegando a la gente (...) Saber que la gente está escuchando mi voz”, expresó antes de subir a la grada del Arthur Ashe para observar la segunda semifinal, vistiendo una camiseta de Los Angeles Lakers con el número 8 del fallecido Kobe Bryant.