“Sabes lo mucho que has logrado. Y entonces tienes que dar el salto. Un salto a lo desconocido”, definió el deportista desde las instalaciones que el patrocinador del proyecto, la empresa de bebidas Red Bull, tiene en Salzburgo, adonde Baumgartner llegó ayer.
El antiguo instructor de paracaidismo del Ejército austríaco insistió hoy en que con su hazaña de hace dos semanas ha terminado su carrera como deportista de alto riesgo.
“He llegado al fin de mi viaje”, dijo el austríaco, de 43 años, que a partir de ahora quiere dedicarse a pilotar helicópteros de rescate, publicar un libro y aceptar la oferta de la ONU de convertirse en embajador extraordinario.
Joe Kittinger, mentor del austríaco y quien ya en 1960 se arrojó al vacío desde 31 kilómetros de altura, recordó las dificultades y riesgos que se vivieron, como cuando la visera del casco se heló durante unos momentos, un problema que, de no haberse solucionado, habría añadido más riesgo al salto.
“Felix tenía el pulso a 160. Creo que el mío iba a 200”, confesó Kittinger sobre esos momentos de tensión.