La segunda imagen, la de hoy captada por Miguel Gutiérrez, es la foto que sacude el alma de público y deportistas, sea cual sea su nacionalidad. Ilustra otro tipo de lágrimas. De pesar, de impotencia, de rabia. Aquí también Fernando Rivas posa su frente en la espalda. No hay palabras. Rivas llora por dentro. Son muchas horas, muchos años de entrenamientos sin fin desde que Carolina, con 15 años, llegó de Huelva siendo una adolescente a Madrid.
Hay simetría en la visualización. Pero las señales que envían son antagónicas. La expresión emocional ayuda a Carolina Marín a desahogarse. De felicidad, como en los JJOO de Río.O de dolor como esta fatídica matinal de verano en París, cuando todo el estadio de La Chapelle vio recorrer un sudor frío al ver la grave lesión cuando iba seguro a por otra medalla de oro en París 2024.
Marín se dio cuenta enseguida de lo que ocurría. "Me he roto", le dijo rápido a Fernando Rivas. Conoce su cuerpo y las sensaciones de inmediato tenían mala pinta. Mandaba en el marcador por 21-14 y 10-6. El publico, puesto en pie, le tributó la ovación de los JJOO. El doctor Ripoll, un grande de la traumatología mundial, comenta que la decisión de Carolina de retirarse y no prolongar su presencia fue sabia. Podría haber agravado la lesión.
Carolina es patrimonio de España. Y todos los sectores de la sociedad se han volcado con su apoyo incondicional. Fue un mal día. Una jornada para el olvido. Y para la historia del deporte olímpico. Para su experiencia vital, quedan dos imágenes. Llorar de plenitud, de bienestar por el oro, como en los Juegos de Río con aquel oro. Y de pesar y sin consuelo con su adiós injusto y prematuro a los JJOO de París, cuando le esperaba el cénit. Dos imágenes, dos secuencias de vida.
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