"Había muchísimos hándicaps. Habíamos pasado 17 atletas a la final, fue un hecho histórico que hubiera tantas. Llovió en el calentamiento. Y yo saltaba la primera, así que no tenía respuesta para lo que hicieran mis compañeras. Se antojaba una competición larga: primera altura, segunda altura, los nulos... Pero todo salió bien", rememoró la atleta cántabra para Efe.
"Esa medalla llegó a los 37 años, después de 27 caminando con mi entrenador, Ramón Torralbo, y fue un premio a la constancia y al trabajo. A, después de habernos caído muchas veces, haber sabido levantarnos con el deseo de mejorar, de pensar dónde había estado el error y de continuar hacia delante", señaló.
Las cuatro primeras clasificadas en aquella final superaron la misma altura, 1,97 m, pero el oro fue para Beitia por haber llegado a esa marca sin un solo salto nulo. Todas intentaron luego los 2 metros y ahí todas fallaron.
"No hice ningún nulo hasta los dos metros. El día anterior, haciendo entrenamiento mental, por primera vez le pedí a mi psicóloga hacer el entrenamiento en positivo. Saltar todo a la primera era mi baza para estar en puesto de medalla. Salí del entrenamiento mental pensando que no había lugar para un nulo en 1,97. Y así fue. Fue el salto que me dio el oro olímpico", subrayó.
"La primera imagen que me viene, tras el último nulo (en 2 m.) y quedarme ya sin respuesta, es pensar que volvía al cuarto puesto de Londres", recordó. Otras tres atletas "tenían aún respuesta" y podían desbancarla.
"Después del primer nulo de la búlgara Mirela Demireva, nos miramos Ramón y yo y nos dijimos: 'lo hemos conseguido, vamos a estar en un podio olímpico'. Luego saltó la croata Blanka Vlasic, también nulo, y subí un peldañito más, hasta la plata", explicó.
Beitia aseguró que, en toda su vida deportista, entre los valores que aprendió "nunca estuvo el egoísmo". Pero en ese momento pensó que sus rivales "eran más jóvenes y tendrían oportunidades en otros Juegos Olímpicos" y deseó que la victoria fuera suya.
"Quedaba por saltar la estadounidense Chaunte Howard, que o era cuarta o ganaba. Cuando tiró el listón fue una alegría inmensa. Nunca hubiésemos pensado que íbamos a ser oro, pero la historia me tenía preparada una preciosidad de guinda", afirmó con emoción.
Beitia ha dado siempre tanta importancia al papel de Torralbo en su carrera que habla siempre de sus éxitos en plural, porque pertenecen a ambos.
"Me quedo con el momento del abrazo con Ramón, en el que se fusionó todo lo que habíamos estado trabajando durante tanto tiempo", dijo sobre el mejor instante de aquella noche carioca. "La gente lloró, estaba esperando esa oportunidad tanto para Ramón como para mí".
En el podio fue ella la que no pudo parar de llorar, aunque no lo recuerda con nitidez.
"El podio... ahora mismo me preguntas cómo estaba y tengo que ver imágenes. Tuve ese nerviosismo que no había tenido en la competición, porque hice una competición perfecta hasta el 1,97. En el podio me pasó todo por delante y a la vez no me pasó nada. Fue vivir el momento, ver ondear la bandera, emocionarme a más no poder y ver que lo habíamos conseguido", relató.
La noche anterior a la competición, Beitia escribió un tuit que se convirtió en premonitorio en el que afirmaba que los sueños a veces se convierten en realidad.
"Lo utilizo mucho en mis charlas en empresas, colegios. Siempre digo que hay que intentarlo y que no hay que ir con el 'no' por delante. Pero hay que trabajarlo, porque los sueños no se cumplen solos", dijo la primera mujer española campeona olímpica en atletismo.
Ese gesto tan característico de Beitia, con la mano derecha extendida y los dedos en movimiento antes de salir disparada hacia el listón, también se vio en aquella final y tiene su propia historia.
"Es un gesto que ahora no me sale y que antes me salía sin pensar. Todo comenzó en 2015, cuando tuve la sensación de que no dominaba la pista, una pista cubierta en la que fui incapaz de saltar bien con la carrera lanzada. Empecé a tener problemas con la técnica. Hablé con Ramón y le dije que había soñado que salía de parada, en lugar de salir lanzada. Metimos dos zancadas más y probamos. Esa técnica fue mágica, me reactivó con el atletismo, con el salto de altura, con las ganas de seguir adelante. Poco a poco fue naciendo lo de chasquear los dedos de la mano izquierda, lo de mover los de la mano derecha, sonreír al listón, hablar con el listón, sin ser consciente de lo que estaba haciendo", detalló la saltadora.
Al listón siempre le dirigía "mensajes de apoyo" para ganárselo. "Le decía que era mi amigo, que no se podía caer al suelo y que podía saltarlo".
Aquella medalla olímpica que fue la primera se convirtió años después en la segunda, cuando debido al dopaje de otras rivales Beitia pasó del cuarto puesto en Londres 2012 a la medalla de bronce.
"Recibir la medalla de Londres diez años después fue algo muy especial, en la sede del Comité Olímpico Española con mi entrenador, con mi familia y con gente que en los Juegos no habría podido estar. Pero me robaron el momento más bonito de cualquier deportista: la gloria, el aplauso del público, la vuelta de honor, subir al podio... Menos mal que la vida me tenía deparada una segunda oportunidad", manifestó.
Sus dos medallas se exhiben ahora en el Museo del Deporte de Santander, junto al resto de trofeos y premios ganados por Beitia en su carrera. Por Beitia y por Torralbo. Por eso no quiso tenerlas ella sola.
"Para mí es un placer compartirlas, porque no las podemos dividir entre dos. Tampoco quise hacer réplicas. Y así", bromeó, "no las tengo que limpiar. Y si las tengo que llevar a algún acto, las recojo y luego las vuelvo a dejar en el Museo", afirmó la ahora responsable de protocolo de la Federación Española, también profesora en la Universidad Europea del Atlántico. Doble medallista olímpica e historia de atletismo español.