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La brisa matutina trae a París consigo ecos de leyendas pasadas. ¿Quién podría olvidar la noche de Atlanta 1996, cuando Muhammad Ali, con el pulso tembloroso pero el espíritu inquebrantable, encendió el pebetero olímpico, dejando una llama eterna en nuestra memoria? O el arco lanzado por Antonio Rebollo en Barcelona 1992, un tiro preciso que unió la historia y la esperanza en un solo momento.
En Londres 2012, la Reina Isabel II se lanzó, contra todo pronóstico, desde un helicóptero, acompañada nada menos que por el mismísimo Agente 007. Una entrada que desafió la realidad y nos hizo creer en lo imposible. Mr. Bean, con su inigualable humor, tocó el piano, arrancándonos risas y recordándonos la universalidad de la música y la comedia. “Hey Jude”, gracias Sir Paul McCartney por aquel cierre sin igual.
Los tambores de Beijing 2008 aún resuenan. Dos mil ocho tambores, en perfecta sincronía como el año de aquellos juegos, marcaron el compás de una inauguración que dejó al mundo sin aliento. Y cómo olvidar a Cathy Freeman, llevando la bandera del pueblo aborigen a lo más alto cuando encendió el pebetero en Sídney: unión y reconciliación en un suspiro.
El carnaval de Río 2016 fue un estallido de colores, una samba que se coló en nuestros corazones, mientras que Tokio 2020, en medio de una pandemia global, nos enseñó la resiliencia y la solemnidad de la unión en tiempos de adversidad.
Hoy, el río Sena se convierte en el escenario de un desfile que promete ser inolvidable. Desde el puente de Austerlitz hasta la majestuosa Torre Eiffel, los atletas desfilarán a bordo de embarcaciones, un homenaje flotante a sus propias historias. A su paso, la catedral de Notre-Dame se alzará orgullosa, cicatrizando aún del voraz incendio que casi la consumió, testimonio de la fortaleza y el renacimiento.
El momento de Paraguay en los
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Juegos Olímpicos
Paraguay, un país pequeño pero de espíritu indomable, volverá a tener su momento. Ahí estarán nuestros atletas, con lágrimas contenidas, con pensamientos infinitos, con sentimientos indescriptibles.
Una cancha de fútbol, donde el sábado los muchachos deben recuperar la confianza, tiene de largo 105 metros. Una piscina, el hábitat de Mateos y Alonso, tiene 50. La pista de atletismo, donde dejan todo César y Xenia, tiene tan solo 400 metros. El tatami donde Narváez defenderá nuestros colores es de 8x8 y la arena del voley de playa se amontona y se abraza en un 16x8 junto a los sueños de Michelle y Giuli.
Una regata en el agua, donde Javi y Ale la reman una y otra vez, se extiende en apenas un poco más de 2 kilómetros.
Hoy, la embarcación tricolor, con estos atletas, que vivirán una de sus horas más felices adentro de ella, recorrerá 6 kilómetros. Y es por ello que quizás, al lado de Ale, por una cuestión del destino, estará Fabrizio, porque acaso, el campo de golf, donde en los próximos días buscará la medalla, es el único campo entre todos estos deportes que tiene algo más de 6 kilómetros en total.
Cuan corto o largo serán esos 6 kilómetros para cada uno de ellos. Sus corazones latirán al unísono con cada grito de aliento, con cada emoción, con cada llanto. Para ellos, este momento será más que una participación; será una declaración de existencia y perseverancia.
Las embarcaciones continuarán su travesía, reflejando en el agua los monumentos que las rodean. El Louvre y su pirámide de cristal, con su Mona Lisa y su arte. El Musée d’Orsay se convertirá en un guardián silencioso de la historia, mientras la Place de la Concorde nos recordará los capítulos tumultuosos y también gloriosos de Francia.
El Grand Palais, imponente y elegante, anunciará la cercanía del destino final. La Torre Eiffel, símbolo eterno de París, esperará paciente, lista para recibir la llama olímpica que iniciará los juegos.
La emoción se palpará en el aire
Los fuegos artificiales estarán listos para pintar el cielo de París con destellos de esperanza y alegría. Cada atleta, cada espectador, cada ciudadano, sentirá en su piel el hormigueo de un nuevo comienzo. Los Juegos Olímpicos de París 2024 no serán solo una competición; el deporte, con sus matices, suele ser un canto de unidad en tiempos inciertos.
Mientras la llama olímpica se alce y la noche parisina se ilumine, recordaremos que hoy, más que nunca, el espíritu olímpico nos une a todos en un baile eterno de sueños y posibilidades.