Volar sobre el agua
Quedan segundos. La brasileña Victória Chamorro avanza sobre el campo cristalino para acortar la diferencia. En la puja de waterpolo entraron 20 pelotas en su portería y solo cuatro en la rival. “Hoy siento una culpa mayor, pero este es un deporte colectivo. No puedo desanimarme: para ser golera hay que tener cabeza fuerte”, dice Victória, distinguida con rojo entre gorras blancas.
De sus 23 años, hace casi la mitad que mira el juego desde el arco. Y aunque no le molestaría anotar un gol ahora que el reglamento la habilita, lo suyo es parar. De padre arquero (en fútbol de playa), se ofreció a la función en el equipo mixto donde dio sus primeras brazadas en Rio de Janeiro. Parecía lógico que fuera ella, la de piernas fuertes y especial capacidad para emerger del agua, cultivada en el nado artístico.
Victória defiende a mano limpia, sin el privilegio de otros arqueros enguantados. Con ellos comparte otros atributos: “Agilidad, reflejos, visión de juego y voz bien alta para ordenar”, enumera.
El agua clorada escama por igual la piel de todas, pero su posición es casi como “practicar un deporte distinto”. Y no por ser la única que puede sujetar la pelota con ambas manos, sino porque “hay que entender el juego muy bien, y anticipar constantemente movimientos”.
Aunque sus caídas son chapuzones sin dolor, Victória se las ve con quebraduras de falanges y golpes en el rostro. Ninguna le duele tanto si evita un gol decisivo para alcanzar los Juegos Olímpicos.
Presión a cuestas
Frente a la escalera con su hijo dormido en brazos, su mochila, la propia y el bolso de los pads, su humor se arruina. Belén Succi, la arquera de las ’Leonas’ del hockey argentino, ya cuenta décadas arrastrando ese bulto.
A los 33, pesa más que cuando lo cargaba, en un hábil rebusque, en la bicicleta de piñón fijo entre el colegio y el Centro de Alto Rendimiento de Buenos Aires, donde se inició con el seleccionado a poco de haberse parado bajo los palos. “Si gastaba el peso en el colectivo (autobus), me quedaba sin comer”, recuerda.
El que la llenó de medallas y reconocimientos individuales no fue un destino elegido. “Les llevó tres años ponerme en el arco porque me negaba”, cuenta. Aunque agradecida a los que anticiparon sus condiciones, dice sin titubeos: “Si tuviese 13 otra vez, digo no”, y menos desea ver a su hijo en un arco. “Es un puesto de presión constante. En otros deportes se revierte en una jugada, pero acá te tiran tres veces y tenés que atajar todas”.
La carga acumulada desde los 21 años le generó ataques de pánico tras el título mundial en 2010, historia que podría haber sido distinta sin una atajada que todavía relata al detalle. Rompió en llanto al quedarse con las manos vacías en Río 2016. Pero volvió fortalecida como capitana albiceleste.
En Lima pocas bochas la superaron. Pero una semana después, aún piensa en la que se coló en el 13-1 a Cuba. “Es mi trabajo que el arco quede en cero, sin importar quién tire. Y no es solo atajar la pelota sino parar bien al líbero, motivar a la defensa, y hacer que te lleguen lo menos posible en ángulos cerrados; eso hace la diferencia de los grandes arqueros”, resume la 222 veces internacional, que confiesa su intención de defender un arco de balonmano, cuando su heredera esté lista y abrace el retiro.
Bendita locura
Francisco Muñiz e Israel De Marco mimetizan movimientos encarados, apenas separados por dos palmos, estirando brazos y piernas de forma espasmódica mientras dan saltitos laterales sobre la línea de gol. Así empieza el curioso ritual pre-partido, digno de documental de naturaleza, de dos arqueros de balonmano.
Suelen defenderse atacando, apenas con su propio cuerpo, un balón hecho misil a 90 kilómetros por hora. “¡Y algunos ni siquiera se ponen ’huevera’ porque les incomoda! Siempre decimos que se tiene estar un poco loco para ser arquero”, explica el entrenador de México, Angel Rojas, que recuerda cómo otro pedía que le tiraran a la cabeza. “¡Pero es que además la paraba!”.
Le apodaban ’Chucky’ por su nariz chueca y numerosas cicatrices. Igual que ahora De Marco, mientras que Muñiz responde al llamado de ’Taekua’ por sus inicios en taekwondo. Igual que en las artes marciales, el arquero de balonmano requiere de una especial elasticidad, flexibilidad y capacidad de reacción muscular para activarse tras prolongados periodos de observar el juego a distancia. “Es cómo un campocorto en béisbol, que pasa de una actitud pasiva a respuesta activa cuando hay un pelotazo”, expone Rojas.
Los balonazos no son la única fuente de lesiones, pues son más frecuentes las hiperextensiones de codo y dolencias de hombros por su rotación antinatural a la hora de atajar con las manos desnudas y untadas de brea. Y no solo de paradas vive el meta. En su rol moderno actúa como jugador de campo. “Es el 40% del equipo. Debe ser un jugador muy completo técnica, física y mentalmente. Pero, sobre todo, debe ser valiente... estar loco”, zanja Rojas.