“Podíamos haber dominado el fútbol mundial. A los yugoslavos les ganamos en Sarajevo y en casa”, comentó a Efe Mostóvi, entonces gran promesa del Spartak Moscú y después estrella del Celta de Vigo.
La URSS dominó aquella final de principio a fin. Ganó la ida (2-4) con dos goles de Sydelnikov, uno de Chernyshov y otro de Dobrovoslky, que también marcó en la vuelta (1-3) disputada en Crimea, fiesta a la que se sumaron Mostovói y Kanchelskis.
“Aquella Yugoslavia tenía a Prosinecki, Suker, Mijatovic, Boksic, Boban y Jarni. Era un equipazo, pero nosotros también éramos muy buenos y, de hecho, fuimos mejores en la ida y en la vuelta”, señala.
La URSS contaba en sus filas a un equipo que hubiera enorgullecido al mismísimo Valeri Lobanovski. Las estrellas eran Mostovói, que ya era titular en el Spartak; Andréi Kanchelskis, que ficharía poco después por el Manchester United; e Ígor Shalímov, que acabaría recalando en el Inter de Milán.
En Italia también jugó durante una década el delantero Ígor Kolivánov, mientras su compañero de batallas Serguéi Kiriakov tuvo una brillante carrera en Alemania, Yuran acabó con el Benfica y el portero Járin en el Chelsea.
Además, Dobrovolski apuntaba muy alto, pero nunca llegó a demostrar todo su talento, ni en el Castellón, ni en el Marsella ni en el Atlético Madrid. Lo mismo le ocurrió al delantero ucraniano del Dnipró, Andréi Sidelnikov, o al defensa Andréi Chernishov.
En muchos casos, sus carreras se vieron truncadas por las vicisitudes políticas que golpearon la URSS y las quince repúblicas que nacieron tras su desintegración. Yugoslavia también se desintegraría dos años después y la gran mayoría de sus integrantes ficharon por equipos españoles, italianos o franceses.
“Nosotros también queríamos irnos, pero fueron ellos los que ficharon por clubes europeos. Nosotros lo teníamos más difícil”, comenta, en alusión a las trabas burocráticas y a las redes mafiosas.
Mostovói se marchó al Benfica, pero después estuvo varios meses sin jugar, ya que aquellos que tenían sus derechos ya se los habían vendido al Bayer Leverkusen.
“Éramos la URSS. No sabíamos lo que era un contrato. Y entonces me llaman del Benfica, donde ya jugada Yuran, y me fui a Lisboa. Me equivoqué. Me fui sin permiso. Se montó un escándalo mayúsculo. En esa época había mucha mafia de por medio”, indicó.
En los cuartos de final de ese torneo, los soviéticos dejaron en la cuneta a Alemania y en las semifinales a Suecia, que contaba con la mejor generación de su historia, que incluía a Andersson, Larsson y Brolin.
Con esa generación como base, el equipo escandinavo alcanzaría dos años más tarde las semifinales de la Eurocopa y seguidamente sería tercero en el Mundial de EE.UU.
El equipo soviético también logró la clasificación para la Eurocopa de 1992, pero fue sustituido por la Comunidad de Estados Independientes (CEI), al igual que ocurriría semanas después en los Juegos Olímpicos de Barcelona.
Pero la CEI no era la URSS. Era una macedonia de jugadores de las nuevas repúblicas independientes, entre ellos Alexéi Mijailichenko y Serguéi Aleinikov, que tras ese torneo jugarían con las selecciones de Ucrania y Bielorrusia, respectivamente.
Hasta la Eurocopa 2008, los rusos no superaron nunca la primera fase de un torneo de naciones. Y la actual Copa Mundial es la primera en la que llegan, al menos, hasta los octavos de final.
Los expertos consideran que el fútbol ruso, y el deporte en general, aún no ha superado el shock que supuso el fin del comunismo y el consiguiente cierre de cientos de academias y la fuga de técnicos y jugadores.
Yugoslavia ni siquiera pudo participar en dicho torneo y fue sustituida por Dinamarca, que acabaría ganando sorprendentemente el trofeo al derrotar a Alemania en la final.
Croacia fue la única república yugoslava que logró mantener a flote la tradición futbolística y con Súker como buque insignia llegaron a las semifinales en la Copa Mundial de Francia, donde cayeron ante el anfitrión y a la postre campeón.