El estratosférico atacante, que puja por ser el mejor del mundo, les debía una gesta antes de hacer las maletas o así lo contaba el imaginario colectivo de la capital francesa. Tras su mala actuación de la ida, tenía que aparecer en su último vuelo por el Parque de los Príncipes en Europa para recompensar a la que durante siete años ha sido su hinchada.
Pero Mbappé no apareció. En la estela de la que ha sido su temporada más irregular, aunque con unas estadísticas igual de impresionantes, el atacante se enmarañó en la red montada por el Borussia Dortmund y no fue capaz de romper el muro amarillo.
Su cara al término simbolizaba bien su decepción, la de marcharse de su ciudad natal sin dejar en sus vitrinas el trofeo más deseado, reflejo de la que sufre toda una ciudad que apenas podía imaginarse que este no era su año en la Liga de Campeones.
La ilusión era inmensa en las orillas del Sena y pasaba en buena parte por las botas del jugador de 25 años que le ha dado tanto. De sus pies salió, al menos, un gol, bien de forma directa, bien en forma de asistencia, en 30 de los últimos 31 partidos del PSG en Europa.
Pero volvió a quedar atrapado en el exceso de responsabilidad de las grandes ocasiones. El próximo domingo vivirá su último partido en el Parque de los Príncipes como local. Habrá que ver si es homenaje o abucheo, a la imagen de su carrera, que ha discurrido entre la admiración y las rencillas por tantas afrentas, tantos anuncios de que su futuro estaba lejos.
A partir de la próxima temporada lo estará. Mbappé cierra una etapa y el PSG parece haber abierto otra, que no pasa por las grandes estrellas ni por los nombre sonoros.
La simboliza su entrenador, Luis Enrique, que ha sabido conectar con la grada y dotar de una personalidad que no tenía el club, lo que parece garantizar su continuidad.
Es cierto que el técnico español ha vuelto a fracasar en Europa, pero no ha sido un fracaso como los de antes. Nunca desde que los cataríes llegaron en 2012 a París la ciudad había tenido tanta ilusión, nunca tanta esperanza y eso lo ha sabido construir el ex seleccionador español.
Luis Enrique repite que llegó a París para construir un proyecto colectivo y en él ha tratado de embarcar a Mbappé. Ahora, sin la gran estrella y todo lo que acarrea, tendrá la vía libre para lanzar una nueva era en la que todo pase por su persona.
Un puesto en el que desenvuelve de maravilla, como pez en el agua. Su trabajo pasará ahora por saber dar la vuelta a esta derrota europea, mirar el futuro con optimismo y preparar al club para lograr lo que viente tantos años buscando.
Si la paciencia de Catar aguanta, Luis Enrique puede encarnar la nueva etapa que deja huérfana la salida de Mbappé.