El 20 de agosto, un beso dado durante la ceremonia de entrega de medallas a la jugadora Jenni Hermoso y su actitud en el palco, donde tras el triunfo español se agarró los genitales, desembocó en todo lo que ha venido después. Y este domingo, tres semanas más tarde, Rubiales ha anunciado por sorpresa su renuncia a la presidencia de la RFEF y a su puesto de vicepresidente de la UEFA.
Una despedida que todos esperaban en la Asamblea General de la Federación celebrada el pasado 25 de agosto, en la que por sorpresa anunció, repitiéndolo hasta en cinco ocasiones, que no iba a dimitir.
Su periplo al frente de la RFEF se remonta a hace cinco años y casi cuatro meses, el 17 de mayo de 2018, cuando Rubiales ofreció una nueva Federación, en medio de la tormenta que supuso la operación "Soule" y la presunta mala gestión de su anterior directiva, tras 29 años de mandato de Ángel Villar.
Entonces habló de profesionalizar, de multiplicar los ingresos, de ser transparente y de hacer una clara apuesta por el fútbol femenino. Quizá creía que éste podía lograr un éxito tan grande como el Mundial de hace unos días en Sídney, pero no imaginar lo que su comportamiento para celebrarlo implicaría para él y para el fútbol español.
Acostumbrado desde su llegada a capear grandes crisis y a convivir con polémicas, enemistades y lealtades luego traicionadas, Rubiales (Las Palmas, 1977) se encontró a finales de agosto con el rechazo del fútbol que le había arropado, el del Gobierno y el de la FIFA. Ésta fue la primera en actuar contra él, con una suspensión provisional durante 90 días y con la candidatura de España para el Mundial de 2030 en el horizonte en peligro.
Rubiales ha sido víctima de su propio éxito de gestión y de un carácter indomable que siempre le costó frenar. Lo mostró en enfrentamientos directos y pulsos, algunos en los juzgados, y actuando sin desenfreno tras sentirse vencedor en el Mundial femenino. Viniendo de donde venía España y tras numerosos pulsos internos con jugadoras. Algunas ausentes del éxito. Otras presentes, pese a no comulgar con el presidente ni el seleccionador.
Le costó entender que había cometido un grave error en las celebraciones. Que la forma en la que festejó con las jugadoras, dando un beso en la boca, cogiendo en volandas, repartiendo besos en la mejilla, saltaba todas las barreras que debía respetar un presidente a ojos de todo el mundo.
Después de unas tibias disculpas, la presión política, con peticiones de dimisión de miembros del Gobierno en funciones, el primer paso dado por Jenni Hermoso dando una versión distinta del beso a la suya, el expediente abierto por la FIFA, el sentir popular de todo un país y la posible falta de apoyos provocaron una reunión de urgencia en la tarde del 24 de agosto, tras la que se dio por hecha su dimisión en la Asamblea general de la RFEF del día siguiente.
Pero Rubiales apareció en ella en estado puro. Utilizó la misma cifra de sus años de mandato, cinco, para sorprender con la afirmación cinco veces de que no iba a dimitir. Denunció que con él se estaba cometiendo "un asesinato social", desafió a quienes le han acusado, les emplazó a verse en los tribunales y activó el mecanismo del Gobierno en busca de una sanción a través del TAD.
Pero la FIFA se adelantó y, 48 horas después de anunciar la apertura de un expediente, confirmó una suspensión provisional durante 90 días para el directivo español. La medida hizo que la presidencia de la RFEF quedase interinamente en manos de Pedro Rocha, el presidente de la Federación Extremeña, elegido como su delfín después de dejarle como único vicepresidente de una directiva que se topó con varias dimisiones, además de las del cuerpo técnico de la selección femenina, salvo el seleccionador, Jorge Vilda, al que acabó destituyendo Rocha días después.
Hasta ahora, su carácter, firme, directo y desafiante, le había hecho salir airoso de situaciones muy delicadas, con las que ha convivido. El cese de Julen Lopetegui como seleccionador en vísperas del Mundial de Rusia 2018, a horas del debut, el relevo de Luis Enrique por Robert Moreno y el despido de éste, además del contrato con Arabia Saudí por la Supercopa, todavía investigado judicialmente, son parte de su mandato.
Un mandato en el que en apenas un año llegó a una de las vicepresidencias de la UEFA,en el que ha presumido de elevar los ingresos de la RFEF de 144 millones de euros cuando llegó a los 382,3 actuales y en el que ha cambiado fidelidades por enemistades. Varias de las personas que fueron su 'guardia pretoriana' en la Asociación de Futbolistas Españoles (AFE) se alejaron y ahora trabajan en LaLiga, su constante enemigo, y hasta David Aganzo, al que él mismo eligió como sucesor y que ha interpuesto varias denuncias en su contra.
Su experiencia como jugador en clubes como Mallorca, Lleida, Xerez y Levante fue clave para llegar a la presidencia de la Asociación de Futbolistas Españoles (AFE), sin elecciones por la renuncia de su anterior mandatario, Gerardo González Movilla, después de 22 años. En sus siete años al frente del sindicato lideró la huelga en agosto de 2012 y se perfiló para alcanzar la presidencia de la RFEF.
Dejó de lado su lealtad a Ángel Villar, anunció una moción de censura en su contra después de pedirle sin éxito que dimitiera al inicio de la instrucción de la operación Soule. La moción no sé llevó a cabo por la destitución de Villar por el Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAD), el mismo que estudiará la petición de sanción para él que le ha trasladado el CSD y que con aquella decisión impulsó las primeras elecciones en las que fue elegido presidente de la RFEF.
El 17 de mayo de 2018 la Asamblea respaldó su proyecto con 80 votos frente a los 56 logrados por Juan Luis Larrea, tesorero en la etapa de Villar, y el 21 de septiembre de 2020 volvió a hacerlo sin oposición, ya que Iker Casillas, que se postuló para presentarse, renunció finalmente, por un total de 95 votos a favor y 10 abstenciones para un segundo mandato hasta 2024, que puede acabar antes de tiempo si finalmente hay sanciones.