Única selección del mundo que lleva cuatro estrellas sobre su escudo -dos de ellos, los de 1924 y 1928 no conseguidos en Mundiales FIFA son los de los Juegos Olímpicos, considerados Mundiales oficiosos anteriores al primer oficial, jugado precisamente en Montevideo-, la Celeste se proclamó este domingo campeón del mundo sub-20, trofeo que aún no tenía en sus vitrinas.
Con una superficie de 176.215 kilómetros, esa penillanura levemente ondulada al costado del mar es tan grande como Portugal, Países Bajos y Bélgica juntos, pero suele hablarse del 'paisito', además de por su situación geográfica entre los dos gigantes sudamericanos, por su baja población: 3,3 millones de habitantes.
No obstante, su fervor por el balompié es tan grande que, como una vez explicó el entonces seleccionador de Uruguay Jorge Fossati (2004-2005), en su país "hay tres millones de D.T.", como se alude allá de manera coloquial a los directores técnicos.
El país que enmudeció el Maracaná en el Mundial de 1950 y que pasó a semifinales del Mundial de Sudáfrica 2010 con un penalti 'a lo Panenka' del 'Loco' Abreu ganó este domingo a su estilo: sufriendo, sobreponiéndose a lo trabado que estaba el encuentro contra Italia, después de varias ocasiones de gol no convertidas y de una revisión del VAR que dejó una gravísima entrada de Matteo Prati sobre Fabricio Díaz en tarjeta amarilla cuando iba a ser expulsión directa.
Y en el minuto 86, cuando todo indicaba que la fría noche de La Plata iba a prolongarse en media hora de prórroga, tras un córner y en medio de una no menos revuelta jugada en el área chica, Luciano Rodríguez convirtió el gol de la gloria.
Precisamente, en otro de esos magistrales cuentos uruguayos, el delantero del Liverpool montevideano regresaba este domingo a la alineación tras los dos encuentros de suspensión por su expulsión en octavos de final ante Gambia.
El tanto, celebrado con un solo grito por aficionados, periodistas y hasta por el presidente de la Conmebol, el paraguayo Alejandro Domínguez, única autoridad que se levantó a aplaudir, aún debió esperar un poco de suspense: también fue revisado por el VAR.
Pero, tras esos segundos de incertidumbre, tanto el presidente de la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF), Ignacio Alonso, como el embajador uruguayo en Argentina, Carlos Enciso, saltaron de alegría en un palco en el que el máximo dirigente de la FIFA, Gianni Infantino, y el mandatario de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), Claudio Tapia, mantenían el tono diplomático ante el exfutbolista italiano Roberto Baggio, visitante de lujo en el Estadio Único Diego Armando Maradona.
Una gran silueta de 'El Pelusa' daba la bienvenida al coliseo platense, que casi rozó los 40.000 aficionados para la gran final, en la que los ganadores en las gradas fueron los uruguayos, que dominaron con el color celeste y sus cánticos las tribunas y las calles de La Plata.
Las vueltas de la vida permitieron que Uruguay, país que le devolvió la vida a Maradona cuando sufrió una gravísima crisis de salud en 2000, ahora haya ganado uno de los pocos títulos que aún no tenía en su palmarés en un estadio con su nombre, en el que disputó buena parte del torneo: cuatro de los siete encuentros jugados.
Y que fuera frente al equipo de Italia, país en el que Maradona fraguó una leyenda futbolística, convirtiéndose en el 'Dios' de los pobres, de los humillados del sur, como figura en el Nápoles que ganó dos Ligas, una Copa y una Supercopa, además de una Copa de la UEFA.
Uruguay e Italia disputaron una final al más puro estilo que caracteriza a ambas selecciones, con una dureza inusitada para ser jugadores juveniles, muy ríspido por momentos y con un carácter que dará que hablar de muchos de sus jugadores en los próximos años.
Por el momento, en el rincón de la 'garra charrúa', en ese 'pequeño' país de las grandes gestas, ya no falta el título del Mundial sub-20.