Luis Suárez fue la imagen que plasmó la desolación de Uruguay. La de Diego Alonso, agitando los brazos cuando el tiempo se escapaba, ya con el tanto al borde del final de Corea del Sur ante Portugal, aún con una decena de minutos por delante para su equipo ante Ghana en el estadio Al Janoub, fue la de la incredulidad y la impotencia ante un destino severo, pero perceptible cuando empatas a nada primero y luego pierde contra Portugal.
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La instantánea de Cavani es la de la indignación. A todo correr, a por el árbitro, el alemán Daniel Siebert, con el que discutió de forma acalorada, señalándolo, insistiéndole en dos penas máximas que no apreció (y quizá no acertó a decretar), al menos la primera sobre Darwin Núñez, que pareció muy clara (antes del gol que lo eliminó de Corea y que habría supuesto su clasificación), más que la segunda sobre Cavani, que también lo aparentó.
Después se sumó buena parte del grupo, como Diego Godín, también acusando al colegiado, como varios jugadores de la selección uruguaya, mientras Luis Suárez seguía sentado en el banquillo, a lágrima viva, sin consuelo. Uruguay se va de Qatar 2022. Y él de los Mundiales para siempre.
Las expectativas agrandan la herida y la decepción, en una selección que disponía de futbolistas tan expresivos en sus actuales clubes como Fede Valverde, impresionante en el Real Madrid; José María Giménez, el líder defensivo del Atlético de Madrid más allá de sus vaivenes de los últimos cursos: Mathias Olivera, el lateral zurdo del incontestable Nápoles que lidera la Serie A; Sebastián Coates, cuya jerarquía es indudable en el Sporting de Lisboa; Rodrigo Bentancur, reluciente en el Tottenham; Giorgian de Arrascaeta, el mejor ‘10′ del campeonato brasileño; Darwin Núñez, el delantero que le costó 100 millones de euros al Liverpool hace cuatro meses; Luis Suárez o Edinson Cavani. Apuntaba alto, ha caído rápido.
Reflotada en las eliminatorias sudamericanas por Diego Alonso, con cuatro victorias cuando se sentía en una situación límite, más fuera que dentro de Qatar 2022, y consolidada con los partidos amistosos, su aparición en el Mundial inducía unos desafíos mayores de los que ha abordado. Antes del torneo, la era Alonso contenía nueve partidos, con siete victorias, un empate, una sola derrota (0-1 con Irán), 18 goles a favor y nada más dos en contra, con siete de esos nueve duelos imbatido, con unos mecanismos que lo elevaban a aspirante.
Hasta Qatar 2022, cuando, de repente, se ha dado un golpetazo frente a una realidad imprevista, reducido a poco por sus rivales y por sus propios planteamientos, transformado en un equipo acomplejado y temeroso contra los oponentes con los que precisamente se veía para competir. Un conjunto menor que fue superado todo el primer tiempo y aplacado después hasta el tramo final por Corea del Sur, inferior sobre el papel, por más que el cómputo de seis ocasiones a una de Diego Alonso sea cierto, como los remates al poste de Diego Godín y Fede Valverde, pero no sea todo tan simple, ni valga como ninguna coartada.
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Aún más visible -o decadente- fue el 2-0 contra Portugal. Con el equipo con el que se proponía como favorito para las dos primeras plazas del grupo H, cuando salió el sorteo el pasado 1 de abril o cuando aterrizó en Catar el pasado 19 de noviembre, pero no cuando entró en acción en la competición, porque entonces se sumergió en unas dudas que ni siquiera intuía, con especial énfasis en la segunda cita ante el combinado luso.
“No salimos a ganar, como nos pasó ante Corea del Sur”. La frase de José María Giménez, el central del Atlético, retumbó al término del choque en el estadio de Lusail. Uruguay, provista de una zaga de tres centrales, dos carrileros, tres centrocampistas y dos delanteros en aquel compromiso, finalmente decisivo, no existió hasta la hora de partido, hasta que ya había recibido el 1-0 en contra de Bruno Fernandes, hasta que movió su banquillo con Facundo Pellistri y Giorgian de Arrascaeta, pero también con Luis Suárez y Maxi Gómez.
Este viernes, aún ganando a Ghana, ya fue demasiado tarde, demasiado comprometido ya todo, derivado al duelo a presión que lo enfrentó este viernes contra Ghana, que ganó, pero no fue suficiente. Corea del Sur dictó la sentencia, la crónica de una eliminación anunciada.