"Nos ganaron una final", era el argumento del egipcio, que ha estado cuatro años pensando en aquel lance con Sergio Ramos que le tumbó a los 28 minutos en el césped de Kiev y le mandó al vestuario antes de tiempo. Aquel día lloró de impotencia, de injusticia. No entendía que una mala caída, que una fea acción le apartara del encuentro más importante de su carrera. "No hay peor momento para un futbolista que aquello", admitió el africano, que esta vez también se echó las manos a la cara de impotencia, la de ser incapaz de superar a Thibaut Courtois.
El egipcio se topó una y otra vez con el belga. Una y otra vez. En un espacio de 20 minutos en la primera parte estrelló tres disparos en Courtois. Tenía entre ceja y ceja que la noche del 28 de mayo fuera recordada como suya. Le tocaba, el mundo del fútbol se lo debía. O eso pensaba él.
Las tres paradas de Courtois en la primera parte fueron solo un aperitivo en el menú de desgracias del egipcio. Lo peor llegó con el Real Madrid ya 0-1 arriba. Un mano a mano escorado con Courtois, un pie sacado de la nada del belga. Una parada de otro mundo, una parada que no vino sola.
Volvió a acariciar Salah el cuero, levantó la mirada, rompió la pelota y llegó el paradón de Courtois, a bocajarro, con el codo, con el hombre, con medio brazo. No lo sabía ni el belga, pero la pelota se fue a córner.
Salah se tendió sobre el césped, manos a la cabeza, cabeza contra el suelo. Otra injusticia, lo había hecho todo para marcar, pero la gloria le volvió a esquivar. Esta vez no terminó su show antes de turno, esta vez no le pudo echar la culpa a una lesión. Esta vez, solo le faltó puntería.
"Quiero al Real Madrid", dijo hace unas semanas un Salah que este sábado entendió por qué en la Copa de Europa siempre hay que esquivar a los blancos. Lo entendieron a la fuerza Paris Saint Germain, Chelsea, Manchester City y ahora el Liverpool de Mohamed Salah. EFE.
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