La trifulca desatada el 5 de marzo durante el juego entre Querétaro y Atlas, actual campeón mexicano, dio la vuelta al mundo. El enfrentamiento entre hinchadas dejó 26 heridos, 22 capturados y una batería de sanciones contra clubes y aficionados. Esa misma noche hubo agresiones a las afueras del estadio de Palmaseca en el marco del derbi de la ciudad colombiana de Cali entre América y Deportivo Cali.
Al día siguiente, un hombre murió de un balazo en un enfrentamiento entre aficionados del Atlético Mineiro y el Cruzeiro antes del clásico del estado brasileño de Minas Gerais. Y en Uruguay, ese día los árbitros decretaron una huelga, levantada el miércoles, luego de que en doce días dos jueces recibieran amenazas de muerte y otro fuera objeto de un intento de agresión por parte de un allegado del club Danubio.
Cuatro escenas en países diferentes de un mismo problema que no ha sido abordado adecuadamente por las autoridades, pese a que mancha la pelota desde hace décadas, según especialistas. “No hay cómo acabar la violencia en el fútbol, eso debe quedar muy claro, pero se puede disminuir. Para eso se necesita una política pública muy completa”, dice a la AFP Heloisa Reis, autora del libro “Fútbol y violencia” y profesora de la universidad Unicamp de Sao Paulo.
“Masculinidad tóxica”
Países como Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Honduras, Ecuador, Perú o Uruguay promulgaron leyes o normativas desde los años 2000 para prevenir desmanes y sancionar incluso con penas de cárcel. Algunas de ellas replican acciones en Europa para controlar a los ‘hooligans’, como identificación biométrica o videovigilancia en los estadios.
Tras los violentos disturbios en Querétaro, México prohibió el ingreso de fanáticos visitantes, una medida usada o que aún rige en Argentina, Brasil y Colombia, y cuestionada por expertos porque, sostienen, la violencia se traslada a las calles. Pese a todo, los muertos siguen contándose por decenas: 157 en Brasil entre 2009 y 2019, 136 en Argentina en los últimos 20 años y al menos 170 en Colombia entre 2001 y 2019, según estudios académicos o de oenegés.
“El gran fracaso de estas políticas es que se concentran exclusivamente en la seguridad” , señala el sociólogo Germán Gómez, investigador de la Asociación Colombiana de Estudios del Deporte. Los especialistas coinciden en que las medidas de choque muchas veces no se aplican y suelen obviar el trabajo pedagógico y el trasfondo social, como el desempleo, la desigualdad o consumos problemáticos de droga y alcohol. Y tampoco atacan las complicidades de algunos clubes con las barrabravas.
Investigadora del tema desde hace casi treinta años, Reis afirma que la raíz del problema es la llamada “masculinidad tóxica”, una competencia entre hombres para conquistar el poder -dentro de las ‘torcidas’ o frente a los rivales en el caso del fútbol- por medio de la fuerza física.
Por eso, aboga por políticas públicas centradas en la educación de los hombres, principales miembros de las barrabravas. Pero no es optimista: “Hace siglos que vivimos bajo dominación masculina. Los valores masculinos reproducidos son de dominación, fuerza, valentía. ¿Hay perspectiva de acabar con eso? No”.
Efecto pandemia
Aunque no hay cifras recientes, especialistas perciben un alza de la violencia desde que el público regresó a los estadios tras el confinamiento por la pandemia. “Son las consecuencias de un encierro tan prolongado, cuando las personas vuelven a un evento público tienen como una necesidad de estallar”, explica Gómez, sin olvidar “el componente muy fuerte de violencia” de las barras.
En Brasil, por ejemplo, desde el 12 de febrero, se reportaron al menos nueve hechos violentos, entre ellos la muerte por un balazo de un hincha del Palmeiras y agresiones a buses de varios equipos, que dejaron futbolistas heridos. “Estamos sorprendidos por esa agresividad en algunos juegos”, afirma Luiz Claudio do Carmo do Espírito Santo, presidente de la Asociación Nacional de Torcidas Organizadas, que reúne a casi 1,5 millones de personas de casi 200 barras de Brasil.
Miembro hace 28 años de la barra del Vasco da Gama de Rio de Janeiro, el líder asegura que esos hechos son responsabilidad de una minoría que no es sancionada. “Portan una camisa del equipo y ya los consideran miembros de la hinchada organizada, entonces nos sancionan a todos”, apunta. “¿Por qué no los capturaron o los castigaron? En el próximo juego van a estar otra vez peleando”.