La muerte lo frenó en seco, pero a la vejez sí que le hizo una endiablada gambeta Mané dos Santos Garrincha.
La deformación física con la que nació en una familia de 15 hermanos el 28 de octubre de 1933 en Magé (estado de Río de Janeiro) poco presagiaba un destino favorable, con la pierna derecha seis centímetros más corta que la izquierda y ambas flexionadas.
La lucha contra esta condición (que luego él convertiría en ventaja) y su extrema inquietud llevaron a su hermana Rosa a ponerle el apodo de “Garrincha”, una especie de pájaro muy común en la región carioca y que, según la sabiduría local, prefiere morir antes que dejarse atrapar.
La “ventaja natural” reforzada con talento hizo que el mundo del fútbol se comenzara a fijar en él a los 14 años, cuando Araty Viana, un exjugador del Botafogo, lo descubrió mientras jugaba en el Esporte Clube de Pau Grande. A partir de allí comenzaría una historia de amor entre “el crack de las piernas torcidas” y el “club de la estrella solitaria” que nunca terminaría.
Gambeta iba, gambeta venía, rival con la cadera destrozada, gol, “alegría del pueblo”. La habilidad y el engaño que mostraban sus piernas discordantes lo hicieron único, tanto que se hizo irresistible el llamado a la selección brasileña, en la que debutó en 1955.
Pasada la eliminatoria contra Perú, el pajarito inquieto de Magé llegó a la Copa del Mundo de Suecia'58, y allí encontraría a su “alma gemela” en el fútbol: un joven de 17 años llamado Edson Arantes do Nascimento Pelé.
Cuatro años después, en Chile'62, Garrincha brilló más que su “hermano” de Três Corações. Mientras el “atlético” y bien parecido 10 estuvo lesionado gran parte del torneo, el ídolo del Botafogo fue el pilar en el que basó su equipo Aymore Moreira para ganar su segundo mundial consecutivo.
Fue el mejor jugador de ese mundial, anotó cuatro goles, y el orbe se enamoró de este genio de “pernas tortas”. Tanto que, aún habiendo sido expulsado en la semifinal contra Chile (que ganó Brasil por 4-2), jugó en el 3-1 de la final contra Checoslovaquia. Cosas del fútbol.
En Inglaterra'66, a Brasil lo trataron literalmente a las patadas. Entre portugueses, húngaros y búlgaros molieron físicamente a unos auriverdes que no pudieron pasar de primera ronda. Garrincha no pasó de ser un pájaro “enjaulado” con apenas un gol, misma cifra que Pelé, que terminó en camilla.
Nadie lo pensaba, pero el del '66 sería el último mundial que vería juntos a ambos “monstruos”. El uno iría rumbo a la consagración cuatro años después en México con un Brasil enorme, mientras que el otro comenzaría el camino hacia un temprano retiro, en 1972 en el Olaria. De ahí en adelante le hizo más compañía otro “monstruo”, el alcohol, al que no supo hacerle el drible.
“Cirrosis hepática”, dijo el dictamen médico, dos palabras que no reducen lo que Garrincha significó para el fútbol. De cierto modo, prefirió morir antes de que la vejez lo atrapara, tal como lo haría un pajarito Garrincha de su natal Magé.