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Una gran fiesta, con la afición como principal protagonista, brindando colorido y palpitando con sus equipos desde temprano. Para los del interior, llegar al Defensores del Chaco es lo máximo, porque representa el premio al esfuerzo del elenco de la comunidad para afrontar el duelo cumbre.
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El mejor asentado al terreno de juego, que es enorme principalmente para lo que no tienen la preparación física adecuada, fue el “Potro”, que llegó al tempranero gol mediante la precisa asistencia aérea de Giménez para el cabezazo cruzado de Nery Cardozo entre el 2015 y el 2015.
Los del quinto departamento entraron vacíos y continuaron sin contenido. Un tempranero cambio fue el ejemplo de disconformidad del técnico. El partido más importante lo jugaron como si fuesen “de madera”, después de haber superado en semifinales a Ovetense, que no es poca cosa.
Tres modificaciones en la primera etapa, dos tácticas y una obligada. El arquero carapegüeño Armando Vera tuvo una interminable asistencia, tras la cual fue cambiado por lesión en la rodilla. Siete minutos de recuperación antes de ir al descanso.
El segundo tiempo fue más peleado que jugado. El arbitraje no estuvo a la altura de un duelo resolutivo. Clara mano en el área en posición antinatural no advertida por el juez y que le hubiese otorgado la chance de empate a Caaguazú. Y a modo de compensación, cobró una supuesta falta a un carapegüeño en una disputa que terminó en un autogol verde.
El título quedó en buenas manos. Con el aprendizaje de las finales perdidas, Carapeguá supo cómo encarar el cotejo y sobre todo sacarlo adelante. La ciudad de los 38 clubes (cantidad récord), tiene motivos para festejar.
Tanto esfuerzo para quedarse en la orilla por el lado de Caaguazú, una potencia que debe estar más arriba en lo deportivo y principalmente en cuanto a estructura. Para comenzar, su historia rica le exige un estadio “como la gente”.