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Arsenio Erico vivió entre elogios, pero antes de abrazar la gloria, el destino conspiró a favor y encaminó al nacido en Asunción un día como hoy, pero hace 106 años, a ser el mejor jugador paraguayo de todos los tiempos. Amado y deseado por todos, el Saltarín Rojo brilló en Argentina, donde jugó entre 1934 y 1947 y mantiene un registro histórico e inalcanzable: 295 goles como el máximo goleador en el vecino país. Pasaron décadas y nadie rompió la marca.
El guaraní está impregnado en la historia de Independiente de Avellaneda, que reclutó al futbolista después caminar hacia la Guerra del Chaco, donde su vida cruzaría balas y cañones sin la certeza de un futuro hasta que una convocatoria a la selección paraguaya de la Cruz Roja fue el comienzo de la leyenda. La humildad y la generosidad, entre otros valores innatos de la persona de Arsenio, superan a los números de un jugador que hasta marcó un estilo.
“Erico es diferente a todos, a todo lo que vi. Un jugador notable. Todo lo que engloban, sin exagerar, las cinco letras de la palabra crack. Para mí, un malabarista de circo, un artista. Perdón, un gran artista”, describió Alfredo di Stéfano, la historia del Real Madrid. “Su mejor arma era cuando saltaba. Les ganaba a los arqueros y metía todos los goles de cabeza. Era un delantero imposible de marcar”, agrega el exfutbolista de la época Francisco Varallo.
Saltarín Rojo fue uno de los tantos apodos de Erico, quien también reconocido como El Hombre de Goma, El Paraguayo de Oro, El Hombre de Mimbre, El Mago, El Aviador, El Duende Rojo, El Diablo Saltarín, El Rey del Gol, Mister Gol, El Hombre de Plástico, El Virtuoso, El Semidiós, El trampolín. Ninguno era suficiente para calificar o describir la perfección del paraguayo, que falleció el 23 de julio en Buenos Aires a los 62 años.
“Él tenía, escondidos en el cuerpo, resortes secretos. Saltaba el muy brujo sin tomar impulso, y su cabeza llegaba siempre más alto que las manos del arquero, y cuando más dormidas parecían sus piernas, con más fuerza descargaban de pronto latigazos al gol. Con frecuencia, Erico azotaba de taquito. No hubo taco más certero en la historia del fútbol. Cuando Erico no hacía goles, los ofrecía, servidos, a sus compañeros”, recuerda un periodista y escritor uruguayo, Eduardo Galeano.