Los zagueros titulares eran los ya mencionados Cabrera y Maciel. Por el medio se distinguía un jugador elegante, prolijo y distinguido cuyo nombre debería llevar algún sector de las gradas del club Libertad: Manuel Gavilán. Del mismo club estuvo el aregüeño Ireneo Hermosilla. En la delantera la selección tenía a jugadores de primera línea: Angel Berni, el guaireño Rubén Fernández, adquirido su pase después por Boca Juniors de Buenos Aires, Juan Angel Romero (el primer Romerito que se recuerda; era jugador del Olimpia y luego fue transferido al Nacional de Montevideo), Atilio López y Antonio Ramón Gómez.
No estarían completas estas evocaciones si no recordamos a quien fuera el conductor de aquellos gallardos paraguayos. Cómo olvidar que fue don Manuel Fleitas Solich, que con la sabiduría propia de un maestro tejió la estrategia que permitiría llegar al anhelado galardón. Es cierto que no faltaron algunos hechos que si bien no empañaron la conquista, dieron matices diferentes a la participación paraguaya. Por ejemplo se perdió un partido por haberse realizado un cambio más de los que entonces permitían las reglas. El ingreso del jugador Alejandro Arce, por indicación del mismo técnico provocó la derrota, vía protesta del equipo adversario. Sea por crítica de los dirigentes o por algún motivo que nunca se divulgó, Fleitas Solich viajó a Buenos Aires y cundió el desconcierto entre los jugadores. Por suerte horas antes del partido final contra Brasil reapareció el técnico. Y volvió la alegría total entre los componentes del plantel.
Como la Liga Paraguaya era la organizadora del torneo fueron designados ocho delegados para acompañar a la delegación. Por entonces el único diario asunceno era La Tribuna. Y allí se recuerda que escribía un periodista de nombre Aníbal Argüello que cuestionó severamente la ida de tantos dirigentes. Claro que la obtención del título habrá extendido un manto de silencio sobre aquel tema.
Pese el feriado del día santo al terminar el partido, el público paraguayo se dirigió en masa a la Plazoleta del Puerto. En ese lugar tenía un bar don Pedro García, quien fue uno de los primeros relatores deportivos. Allí don Pedro con vibrantes palabras ensalzó la hazaña de los futbolistas paraguayos. Pero no todo fue color de rosas. Al paso de los aficionados por la calle Estrella y específicamente frente al Cine Granados, que estaba ubicado sobre la calle Estrella entre 14 de Mayo y 15 de Agosto, rompieron los vidrios que cubrían el acceso. Al día siguiente los pedazos de vidrios esparcidos por las aceras fueron muestra elocuente del descontrol que presagiaba la violencia que en el futuro invadiría las hasta entonces límpidas fiestas deportivas.
Sería impropio finalizar estas evocaciones recordando el reverso de la inolvidable jornada... Tiene más sentido, a medio siglo de distancia, rememorar que una generación de futbolistas compatriotas dio al pueblo paraguayo, el título de CAMPEON DE AMERICA, en la mítica ciudad de Lima, la de los virreyes españoles, junto al río Rimac, mudo testigo del Imperio de los Incas, y que para los paraguayos es un hito en su historial deportivo.