¿Fórmula Uno al otro lado del telón de acero? Prácticamente inimaginable, tan sólo un par de años antes de que el circuito del extrarradio de la capital húngara acogiese, un 10 de agosto, la undécima de las 16 carreras de ese año.
Pero pocas cosas se le antojaban imposibles a Bernie Ecclestone, el genio que ideó y desarrolló todo este monumental espectáculo deportivo derivado en multimillonario negocio que durante varios decenios fue de su propiedad.
Mucho antes de que se acuñase el término globalización, el ex piloto, ex jefe de equipo y empresario británico se adelantó una vez más a sus tiempos, al dar un nuevo paso en la universalización de la F1: penetrando en el anteriormente impermeable territorio de los países que conformaban el desaparecido Pacto de Varsovia. Firmado en 1955, en la capital de Polonia; como respuesta a la OTAN, fundada siete años antes.
Bien es verdad que tan sólo tres años más tarde acabaría cayendo el Muro de Berlín, que marcó el principio del desmoronamiento definitivo del también llamado bloque del Este. Y que Hungría, otrora integrante del imperio austrohúngaro (1867-1918) -cuyas capitales, Viena y Budapest, están indisolublemente unidas por el majestuoso Danubio-, siempre fue el país del bloque comunista que más relación mantuvo con la entonces denominada Europa Occidental. Pero la llegada de la F1 a Hungría -duramente reprimida en 1956 por la Unión Soviética (URSS)- supuso, en su día, una sorpresa mayúscula.
Bastante más tarde, en 2004, el Mundial incluyó a China, donde, sin pandemias ni secuelas, se corre habitualmente en Shanghái. En 2014 entró en el calendario (en la olímpica Sochi) la ahora sancionada Rusia, que, hasta su desintegración, fue la más importante de las repúblicas que conformaban la Unión Soviética. Y el mundo árabe cada vez ocupa un papel más importante en un campeonato cuyo último objetivo, cerca de conseguirse, es su definitivo arraigo en Estados Unidos, aún más familiarizado con otras categorías del automovilismo.
Pero que la hoz y el martillo acabasen vinculados a la F1 -uno de los grandes simbolos deportivos del capitalismo- era algo que muy pocos esperaban cuando se anunció que el Hungaroring albergaría una de la pruebas del Mundial. Desde entonces, jamás ha faltado a una cita. Y este fin de semana Hungría albergará la trigésima séptima edición de su Gran Premio.
El debut húngaro se lo adjudicó Nelson Piquet, el padre de 'Nelsinho' -ex piloto de F1 (fue compañero del español Fernando Alonso) y ganador de la Fórmula E, el campeonato eléctrico: inimaginable también hace 36 años- y de Kelly Piquet, habitualmente presente en los circuitos junto al actual campeón y líder de la categoría reina, el neerlandés Max Verstappen (Red Bull).
Nelson ganó el 10 de agosto de 1986 por delante de otro triple campeón mundial brasileño, el malogrado Ayrton Senna, y del inglés Nigel Mansell -que se coronaría en 1992-. En una pista que entonces era de 4.014 metros (ahora es de 4.381) y en la que el francés Alain Prost, que ese año acabaría revalidando título -la segunda de sus cuatro coronas-, se accidentó y abandonó.
Piquet repitió victoria un año más tarde, pero Ayrton lo mejoraría en 1992, al ganar por tercera vez en un país que en la actualidad poco tiene que ver ya con el comunismo. Y en cuyas estadísticas también cuentan dos éxitos otros cuatro campeones del mundo: el inglés Damon Hill, el canadiense Jacques Villeneuve, el (doble coronado) finlandés Mika Hakkinen y el (cuádruple laureado) alemán Sebastian Vettel.
A Senna lo superó en 2004, con su cuarto triunfo en el Hungaroring, el siete veces campeón mundial alemán Michael Schumacher, cuyo récord de títulos en laF1 igualó hace dos años el inglés Lewis Hamilton, que acabaría batiendo numerosas plusmarcas (que otrora parecían inalcanzables) del 'Kaiser'. Entre ellas, la de victorias en Hungría, donde el espectacular y excéntrico campeón de Stevenage -103 triunfos y otras tantas 'poles'- logró hace dos años su octavo éxito, en uno de sus circuitos talismán.
En Hungría también asombró al mundo, hace ya 19 años, el doble campeón mundial asturiano Fernando Alonso, que en septiembre de 2003 se convirtió en el entonces más joven ganador de la historia (ahora lo es Verstappen) y en el primer español en subir a lo más alto del podio en la división de honor del automovilismo. El único hasta que, a principios de este mes, Carlos Sainz sumase a las 32 del genio astur su primera victoria en la categoría reina. Al ganar en Silverstone (Inglaterra), escenario en 1950 de la primera carrera de la historia de la F1.