Un sensor conectado a un satélite, paso gigante para estudiar la Antártida

BUENOS AIRES. Científicos argentinos pueden conocer desde ahora la evolución de los glaciares antárticos a miles de kilómetros de distancia gracias a un sensor conectado a un satélite local.

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Esta alternativa supone un paso de gigante en el estudio del continente blanco.

“Es aún una prueba piloto, pero está funcionando, y todos sus componentes son argentinos”, explica el científico e ingeniero electrónico Sebastián Marinsek, uno de los impulsores de la iniciativa.

Se trata de un sensor de humedad instalado en el glaciar Gourdon, en el archipiélago de James Ross, a unos 30 kilómetros de la base argentina Marambio, en la Antártida.

El sensor envía datos de temperatura y humedad a un transmisor que sube la información a un satélite argentino con antena receptora en la provincia de Córdoba (centro del país), donde se baja el contenido a un servidor al que pueden acceder los científicos desde Buenos Aires.

El proyecto Investigación Remota de Glaciares, impulsado por la Dirección Nacional del Antártico de Argentina sobre una iniciativa de la Universidad Tecnológica Nacional, “permite monitorear la situación del glaciar sin presencia”, resume Marinsek.

Hasta ahora, “íbamos a la Antártida durante el verano y visitábamos el glaciar una semana para tomar datos, luego se procedía a su estudio para analizar su comportamiento”, señala. Esta fórmula, continúa, permite tener información fiable de la evolución del glaciar que de otra manera sería imposible de obtener, dado que en invierno se hace impracticable el acceso a los glaciares en el continente blanco.

El experimento se inició a finales de febrero pasado y, a la vista de los resultados, los expertos confían en poder abrir en breve un sitio web para incluir los datos obtenidos y ampliar la actividad con la instalación de nuevos mecanismos en colaboración con otros países con intereses científicos en la Antártida.

“Todo esto facilita muchísimo el trabajo científico y ayuda a multiplicar la información”, sostiene Marinsek, que participó en su primera campaña antártica en 2005. Tras el éxito de esta experiencia, los científicos confían en poder ampliar los estudios y extender la fórmula a otros campos de investigación, como los movimientos de los pingüinos en la Antártida.

Además, el impacto del cambio climático en el continente blanco puede ser una de las líneas de investigación que reciba un mayor impulso con este tipo de iniciativas, porque “el estudio de forma remota abre muchas posibilidades”, apunta el experto.

Durante la última década, cita como ejemplo, el glaciar Bahía del Diablo, a unos 60 kilómetros de la base Marambio, retrocedió, pero en los últimos años ha dado un crecimiento positivo, debido a las nevadas y a los veranos con temperaturas moderadas.

Seguir al detalle la evolución de los glaciares a distancia marcaría un hito para la ciencia, aunque “en algunos casos son necesarios al menos diez años de estudio para tener alguna conclusión”, admite el científico.

Argentina cuenta en la actualidad con seis bases de actividad permanente y siete temporales en la Antártida.

El continente blanco, que alberga cerca del 80 por ciento del agua dulce del planeta, registra la media de humedad y la temperatura promedio más bajas del planeta. El Tratado Antártico, suscrito en 1959, limita las actividades en la región a fines pacíficos, en especial a tareas científicas.

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