Eso cierra una etapa y abre otra para sus promotores, que continuarán promoviendo el uso de las energías renovables.
El creador de la idea, fundador de la entidad que ha llevado adelante el proyecto y piloto del Solar Impulse, Bertrand Piccard, sostuvo hoy -al recibir la aeronave desmontada que llegó en un avión de carga a una base aérea a las afueras de Zúrich- que con este acto acabó la vuelta al mundo, pero que el proyecto continúa.
Tanto Piccard como su socio, quien a su vez es el único otro piloto formado para conducir el Solar Impulse, André Borschberg, mostraron gran emoción cuando el avión aterrizó y en cuanto pudieron subieron a él para ver cómo se bajaban las primeras piezas del Solar Impulse, que fueron sus alas, las que daban al aparato una envergadura de 71,9 metros.
La vuelta al mundo, en un recorrido de 43.000 kilómetros realizado en 17 etapas, “demuestra que la tecnología puede hacer lo imposible”, dijo instantes después Piccard en declaraciones a un grupo de medios de prensa entre los que se estaba Efe.
Abu Dabi, la capital de los Emiratos Árabes Unidos, fue donde esa aventura comenzó en marzo del año pasado y terminó a fines del pasado julio, con casi un año de retraso debido a un grave desperfecto en una de las alas.
“Tuvimos problemas técnicos graves en cierto momento cuando se rompió una parte del ala, que nos tomó cerca de un año volver a construir”, explicó Piccard, al recordar algunos de los momentos más difíciles que enfrentó su equipo desde que empezó el Solar Impulse empezó la vuelta al mundo.
Otra dificultad tuvo que ver con estrecheces financieras para costear un proyecto colosal y en el que se han involucrado en el último decenio varias firmas de renombre, que no sólo han aportado dinero, sino innovaciones tecnológicas pensadas específicamente para el Solar Impulse.
Piccard recordó que en cierto momento “solo teníamos dos meses de efectivo”, lo que les hizo sentir que llegaban “al límite”, aunque hoy, en retrospectiva, afirmó que “muchas veces se descubre que los obstáculos que se encuentran son una manera de encontrar diferentes vías, otras soluciones y hasta algo mejor”.
Se estima que el costo del proyecto hasta ahora, en los 15 años transcurridos desde su nacimiento, bordea los cien millones de dólares. De las 17 etapas que constó la vuelta al mundo una de las más impactantes fue el vuelo que realizó Borschberg desde Japón a Hawai, durante cinco días y noches, con lo que se consiguió el récord de ser el primer avión solar en completar una travesía oceánica.
El diseño y la necesidad absoluta de que el avión fuese lo más liviano posible (2.300 kilos) supuso uno de los mayores retos para los técnicos y por ello la diminuta cabina del Solar Impulse sólo puede acoger a una persona.
Los pilotos debieron someterse a rígidos entrenamientos para que, cada uno a su manera, pudiese controlar el hambre, el sueño y sus funciones corporales en un reducido espacio, en el que prácticamente no había espacio para moverse por largas horas y hasta por varios días.
Para captar y almacenar suficiente energía solar fueron necesarias 17.248 células fotovoltaicas que cubren la parte superior de las alas, el fuselaje y la cola, en un área total de 269,5 metros cuadrados.
Ahora, Piccard y Borschberg se han planteado el reto de poner en marcha una organización mundial para reagrupar a los principales actores de las tecnologías limpias y revertir la tendencia a la fragmentación y al aislamiento que piensan que domina en este sector.
Sobre el destino de la nave, Borschberg indicó que se le dará mantenimiento constante, incluso a un costo elevado, ya que el prototipo fue concebido para volar 2.000 horas, de las cuales sólo se han utilizado 700.
Otra idea que ronda a Borschberg y Piccard es la de un museo, aunque por el momento no hay una propuesta concreta a ese respecto.