Esta especie nocturna chupa la sangre humana taladrando la piel con picaduras irritantes que provocan incomodidad o insomnio aunque no transmite ninguna enfermedad, y se consideraba hasta hace una década prácticamente erradicada en la mayoría de los países desarrollados desde la II Guerra Mundial.
En conjunto, las investigaciones, lideradas por expertos del Museo Americano de Historia Natural y de la Universidad de Rochester -ambos en Nueva York-, explican los fundamentos genéticos por los que este parásito se ha adaptado para seguir alimentándose de sangre y ha desarrollado una resistencia a los insecticidas.
Las nuevas infestaciones globales del chinche de cama han estado relacionadas con el aumento del número de hogares climatizados con calefacciones y del movimiento de personas favorecido por el transporte aéreo internacional.
Este problema, recuerdan los investigadores, se ha visto exacerbado durante los últimos 20 años por la evolución de la resistencia del cimex lectularius a los insecticidas.
El primer estudio, producido por el Museo Americano de Historia Natural junto al centro de Medicina Weill Cornell, logró secuenciar y acoplar el genoma del chinche e identificar todos los genes expresados durante los cinco estados de crecimiento, así como los de su edad adulta, tanto en machos como en hembras.
Los científicos demostraron que los genes de estos parásitos expresan el más alto grado de cambio y mutaciones cuando se alimentan por primera vez de sangre humana. Asimismo, compararon el ADN y el ácido ribonucleico (ARN) de chinches recolectado por primera vez en 1973 en unos 1.400 lugares de la ciudad de Nueva York, entre ellos todas sus estaciones de metro, y descubrieron que los insectos tienden a estar más estrechamente emparentados desde el punto de vista genético con otros de la misma zona.
Este tipo de información puede ser útil para trazar las rutas de migración de las infestaciones de chinches en entornos urbanos ya establecidos y en los colonizados por primera vez.
En el segundo estudio, los investigadores de la Universidad de Rochester, junto a colegas de otras 36 instituciones, también llegaron a descifrar y acoplar el mapa del genoma del chinche de cama, lo que les permitió predecir qué secuencias codifican ciertas proteínas y cual es su función.
Así pudieron identificar hasta 187 genes con capacidad para codificar enzimas digestivas sanguíneas y una amplia variedad de proteínas salivares que permiten a los chinches alimentarse con sangre del mismo huésped sin causarle dolor.
Otros genes detectados, apuntan los expertos, desarrollaron resistencia a los insecticidas a través de proteínas producidas en la cutícula de estos parásitos que frenan la penetración del veneno y de enzimas que neutralizan su toxicidad.