Redescubren en Ecuador un sapo que creían extinto hace 30 años

QUITO. Un distintivo sapo andino que se creía extinto en Ecuador desde hace más de treinta años ha sido redescubierto por un grupo de estudiosos.

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Fue en un proyecto conjunto de la Universidad San Francisco de Quito (USFQ) y del Museo de Historia Natural de Londres.

Diego Cisneros, director del Laboratorio de Zoología Terrestre de la USFQ, comentó a Efe que este descubrimiento forma parte de un proyecto iniciado hace dos años para estudiar especies de anfibios y reptiles “que no se los había vuelto a ver” en las localidades donde fueron encontradas originalmente.

Así, llegaron a reserva Drácula, que debe su nombre a una orquídea y está protegida por la fundación privada ecuatoriana Ecominga. Ahí, cerca de un riachuelo, encontraron dos individuos adultos del sapo andino Rhaebo colomai que se encontraban “en buenas condiciones de salud”.

“Esta especie, al parecer, siempre tuvo densidades (de población) bajas. Obviamente con la destrucción tan grande que ha habido de los hábitats, los sitios donde puede habitar ahora son muy restringidos, y creemos que la Reserva Drácula es, posiblemente, uno de sus últimos reductos en el planeta”, indicó.

En el año 1984 un investigador holandés hizo una descripción del pequeño anfibio, pero desde entonces los expertos no habían conseguido avistar de nuevo al científicamente conocido como Rhaebo colomai, lo que le hizo entrar en la Lista Roja de Especies Amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).

Allí figuraba como “posiblemente extinto en Ecuador, por la ausencia de registros durante más de 30 años y por la grave destrucción y fragmentación de los bosques nativos donde habita la especie”, según la Universidad San Francisco de Quito (USFQ), que ha informado de su redescubrimiento en una zona de la provincia del Carchi, fronteriza con Colombia.

Una población de ese sapo se encontró en 2005 en ese país, pero su existencia en Ecuador era incierta hasta que en julio pasado el grupo de tres ecuatorianos, tres ingleses, una brasileña y un indio, dieron con los ejemplares de la especie en la Reserva Orquideológica Drácula.

A partir de allí, la USFQ mantiene diálogos con investigadores en la Reserva colombiana Río Yambí para desarrollar proyectos de conservación de esta especie, que se alimenta de hormigas.

Perteneciente a la familia bufonidae, de coloración café, con marcas más claras en la cabeza, membranas en patas y manos, el sapo andino macho puede medir hasta 4 centímetros y la hembra 6.

Posee unas glándulas detrás de la cabeza llamadas parotoides, que producen una secreción amarillenta-anaranjada cuando el sapo se siente amenazado, y cuyas propiedades químicas desconocen.

No obstante, basado en datos de otros sapos, Cisneros afirma que “es muy posible que esa substancia tenga algún tipo de actividad química, posiblemente microbiológica” y podría ser “promisoria” para su uso en el campo farmacológico.

Y es que los anfibios no son solo importantes por sus roles ecológicos sino que son auténticas “farmacias ambulantes”. Ello se debe que respiran por la piel, y necesitan tenerla siempre húmeda con la consecuente probabilidad de verse afectados por bacterias y hongos, produciendo sustancias “evolucionadísimas” a lo largo de “millones” de años.

Según Cisneros, hay varios sapos relacionados con la especie del andino del Carchi “en los cuales se ha detectado funciones antibióticas y anticancerígenas”, entre otras, aunque en este caso se requiere “varios años de investigación”.

“Todavía no hemos hecho los análisis, pero, por lo menos, debe haber algo con una actividad química”, especuló.

Una investigación que necesita de financiación para, lo primero, saber cuántos sapos andinos hay y dónde están.

Si descubren ejemplares fuera de la reserva, trabajarán con Ecominga para comprar los terrenos, pues “la agricultura y minería”, entre otros, “está acabando por completo con los bosques y si no se los compra, no hay forma de conservarlos”, adujo Cisneros al calcular entre 100.000 y 200.000 dólares el coste de esta segunda fase del proyecto.

En una tercera, la de estudios científicos de la parte genética molecular, de las sustancias, se necesitaría más financiación en lo que para Cisneros es una auténtica “contrarreloj” por la vulnerabilidad de la especie y la destrucción de sus hábitats.

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