¿Qué tenía Descartes en el cráneo?

PARÍS. El filósofo y matemático francés del siglo XVII René Descartes, padre del “Cogito, ergo sum” (pienso, luego existo), tenía un grosor óseo de unos 5,4 cm2 en un seno de la cara, un tumor sin duda benigno que no está relacionado con su muerte.

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Su cráneo ha sido recientemente escaneado. El diagnóstico retrospectivo del equipo médico dirigido por el especialista francés de enigmas médicohistóricos Philippe Charlier, que agrega así Descartes a otros “pacientes” célebres como Ricardo Corazón de León, Agnès Sorel o Diane de Poitiers, es “osteoma gigante”, un tumor benigno.

Los resultados de estas investigaciones son publicados este viernes en la revista médica británica The Lancet. El cráneo del autor del “Discurso del método” y de “Meditaciones metafísicas” se conserva desde 1821 en el Museo Nacional de Historia Natural de París. “Está bien identificado, su trazabilidad es conocida” , dice el doctor Charlier a la AFP.

El escáner del cráneo “muestra una masa densa radio-opaca de 3 cm por 1,8 cm en el seno etmoidal derecho”, dicen los científicos en el artículo. Este seno está enclavado en el hueso etmoides, por detrás de la base de la nariz y entre la cara interna de las órbitas oculares. El equipo ha excluido varios diagnósticos para quedarse con el de osteoma gigante, “el más benigno de los senos de la cara”.

El osteoma gigante sólo produce síntomas en el 10% de los casos. Puede conllevar obstrucción nasal, disfunción del seno (congestión, exceso de mucosa, modificación del sentido del olor), disfunción lacrimal, sangramiento de la nariz, dolor facial, dolor de cabeza, hasta problemas de visión en algunos casos.

Pero nada de eso han descrito los biógrafos de René Descartes, con excepción de un posible episodio de migraña con aura, en la noche del 10 de noviembre de 1619, caracterizada por alucinaciones visuales y auditivas súbitas. Según los científicos, los tumores benignos no causan habitualmente estos fenómenos.

En cuanto al posible origen del osteoma gigante, el artículo baraja una malformación o la consecuencia de un traumatismo o de una inflamación crónica. En todo caso, es muy poco probable, según los científicos, que este tumor haya podido influir en la muerte del filósofo. Descartes murió a los 54 años a causa de una neumonía, el 11 de febrero de 1650 en Estocolmo, Suecia, donde fue enterrado.

Pero en 1666, Francia recuperó sus restos, salvo el cráneo, robado por uno de los guardias suecos, dolido de que Suecia pudiera verse privado de “los restos de una persona tan célebre”. Nadie se dio cuenta de la desaparición del cráneo hasta que 1818 se le volvió a inhumar en la iglesia de Saint-Germain-des-Prés. El gran químico sueco Berzelius fue el que lo encontró, se lo compró al director de un casino sueco y se lo entregó a la Academia de las Ciencias en 1821.

“Apenas empezamos a trabajar en el cráneo”, dice el doctor Charlier. “Nuestras investigaciones podrían permitirnos interpretaciones funcionales y fisiológicas sobre el individuo que vivía en este cráneo”, agrega.

Para el médico, Descartes es “un paciente test”. Su caso “está bien documentado, tenemos retratos, descripciones médicas, conocemos las circunstancias de su muerte”. “Es la forma de validar técnicas de identificación médico-legal”, explica.

El año pasado, el doctor Charlier determinó que Robespierre, polémica figura de la Revolución Francesa que murió en el cadalso, padecía una sarcoidosis difusa, una enfermedad que podría explicar su agotamiento al final de su vida.

En los últimos años, este especialista también ha analizado una cabeza momificada, probablemente la de Enrique IV, o las falsas reliquias de Juana de Arco.

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