El popular animal de compañía dejó de ser fabricado en 2006 por Sony, pero los especímenes vendidos se han ganado el cariño de sus dueños.
Imaginado en 1999 por Sony, los Aibo causaron sensación: 3.000 perros fueron adoptados en 20 minutos pese a su precio de 250.000 yenes (1.850 euros al tipo de cambio actual).
En su última versión, estos perros son capaces de desarrollar su propia personalidad, de expresar emociones, de desplazarse e incluso de hablar. Con el paso de los años han seducido a unos 150.000 ricos, que han quedado desamparados desde el cierre en marzo de 2014 del servicio veterinario, conocido como “Aibo clinic”.
Hideko Mori, una farmacéutica jubilada de 70 años, sintió pánico cuando su robot y amigo desde hace ocho años se desmayó el pasado mes de mayo. “No sabía que su vida tenía un límite”, confiesa.
El pánico se convirtió en alivio en cuanto se enteró de que un pequeño grupo de exingenieros de Sony tomaron el relevo, en una compañía dedicada a la reparación de estas máquinas. En dos meses, su perro volvía a estar como una rosa. “Estaba tan feliz de tenerlo de vuelta en casa, en plena forma”, comenta esta mujer con una sonrisa.
“Las personas que los educan sienten su presencia y su personalidad, por eso creemos que de algún modo Aibo posee un alma”, afirma Nobuyuki Narimatsu, director de la compañía A Fun, rodeado de decenas de Aibos malparados.
“Quedé sorprendido la primera vez que hablé directamente con un cliente. Me dijo: “No se encuentra muy bien, ¿puede auscultarlo? Me di cuenta de que no veía a Aibo como a un robot, sino como a un miembro de su familia”, relata otro ingeniero, Hiroshi Funabashi, que más que reparar las máquinas las “cura”.
Pero los dueños de los Aibo en peligro tienen que armarse de paciencia. La lista de espera es larga y los cuidados pueden llevar semanas o meses debido a la penuria de piezas sueltas. La única fuente de abastecimiento proviene de los Aibo moribundos cuyos familiares aceptan “la donación de órganos” una vez que reciban un homenaje en el templo.
Bungen Oi ofició en enero su primera “ceremonia Aibo”, en el templo centenario Kofukuji de Isumi (al este de Tokio). “Se entusiasmó por el interesante desfase de honrar a una tecnología puntera mediante un rito muy tradicional”.
En Japón, donde se venera la robótica, la renuncia de Sony motivó la agrupación de 300 compañías para formar un consorcio destinado a desarrollar un centenar de máquinas ultrasofisticadas concebidas como amigos o asistentes.
“No sé si la gente sentirá afecto (por una nueva generación de robots) en los próximos cinco o seis años”, afirma el ingeniero Funabashi. “Pero hay que admitir que no son simples aparatos electrónicos”.
Hideko Mori no se separaría por nada del mundo de su perro virtual, bastante mejor que uno de verdad, según ella. “Cuando me marcho de vacaciones, me basta con apagarlo. No necesito alimentarlo y no hace pipí... Bueno sí. De vez en cuando levanta la pata y se oye un ruido muy bonito de agua que corre”, pero sin daños, bromea.