Hoy, la nueva era de la exploración antártica la lideran los científicos, que en nombre de la ciencia desafían el frío, el viento y el cansancio.
“El afán por descubrir sigue siendo el motor que empuja a los investigadores a viajar a la Antártida. Quizá, a diferencia de los grandes exploradores, hoy no queremos ir más allá en términos geográficos, pero sí en términos científicos”, dice a Efe el biólogo marino Renato Borrás.
Desde hace tres años, este investigador pasa meses en una aislada base del Instituto Antártico Chileno (INACH) situada en Cabo Shirreff, una lengua de tierra helada en la que conviven aves, pingüinos, focas y lobos marinos.
“Uno de los principales inconvenientes de hacer ciencia en la Antártida es el aislamiento y la soledad. Si te ocurre alguna emergencia es muy difícil que te puedan evacuar”, explica.
Como él, 3.700 científicos se trasladan cada año al continente blanco para trabajar en una de las 66 bases científicas repartidas en esa desolada planicie de 14 millones de kilómetros cuadrados.
Debido al intenso frío, sólo 1.200 de ellos permanecen en invierno, cuando la temperatura puede llegar a los -89,2 grados, la más baja registrada cerca de una base antártica.
El resto habita en las bases entre octubre y marzo, período en el que las condiciones climáticas permiten la entrada y salida de aviones, algo casi imposible en invierno.
“La Antártida sigue siendo un lugar aislado, inexplorado y con acceso restringido. Hay muchas posibilidades de hacer nuevos descubrimientos para que avance la ciencia”, señala a Efe el investigador chileno Andrés Marcoleta.
Este laboratorio natural ha despertado el apetito de la comunidad internacional, que cada año incrementa las inversiones científicas en el continente. La lista de países que más recursos destina a la Antártida la encabeza Estados Unidos, seguido de Alemania, Reino Unido, Australia y Japón.
En los últimos años, Rusia y China también han incrementado su presencia científica con el objetivo de ampliar su influencia en esta parte del planeta, donde, según el Tratado Antártico están prohibidas actividades militares, excepto para colaborar con las investigaciones científicas.
Chile, el tercer país con más bases permanentes, tiene previsto invertir cerca de 78 millones de dólares en los próximos ocho años. Marcoleta, académico de la Universidad de Chile, ha participado este año en la Expedición Científica Antártica (ECA 53), organizada por el INACH, con el objetivo de descubrir nuevos antibióticos.
Para llevar a cabo su investigación, el microbiólogo y su equipo han debido vivir un mes sometidos a las extremas condiciones climáticas de la Antártida y caminar entre 4 y 6 horas diarias, con una sensación térmica de -10 grados.
Unas condiciones a las que también estuvieron expuestos los grandes exploradores antárticos, como el británico Robert Falcon Scott y el noruego Roald Amundsen, quienes en 1911 protagonizaron una histórico desafío para alcanzar el Polo Sur.
El inhóspito continente blanco les aguardó distintos destinos: Amundsen logró conquistar el extremo austral del planeta el 14 de diciembre; Scott, en cambio, alcanzó el anhelado punto 35 días más tarde y murió de hipotermia en el regreso.
“Esas hazañas eran muy románticas, pero muy arriesgadas. La única equipación que llevaban eran varias capas de lana y lona. Yo me quedo con la Antártida del Gore-Tex y el GPS”, comenta el fisiólogo vegetal Jorge Gallardo.
El investigador ha realizado varias expediciones científicas en la Antártida y, en total, ha acampado más de 90 noches en medio de la superficie helada.
Durante sus exploraciones, en las que ha soportado temperaturas de -36 grados y vientos de 90 kilómetros por hora, también ha tenido que lidiar con situaciones de hipotermia y lesiones por congelación a causa de la exposición al frío intenso. “Un minuto sin guantes puede poner en riesgo tus dedos”, dice.
En 2015, uno de los exploradores del Ejército de Chile que le acompañaba en una expedición estuvo a punto de morir por hipotermia por no llevar el equipamiento adecuado.
“Habíamos caminado varias horas y estábamos cansados. Nos dimos cuenta de que se iba retrasando y finalmente dejó de caminar. Al cabo de 45 minutos perdió la consciencia. Rápidamente pusimos en marcha el protocolo de rescate y le salvamos. Cuando se recuperó dijo que había visto a la Virgen”, relata Gallardo.
A pesar de los peligros, este investigador no se cansa de ir a la Antártida, un lugar que considera una “ mina de oro ” para la ciencia que esconde “procesos y fenómenos únicos en el planeta. La singularidad de la Antártida nos empuja a volver año tras año, sin importar las dificultades que conlleve hacer ciencia aquí”, concluye.