“El problema es global. No importa quién es quién en todo esto. Cuando algo ocurra, todo el mundo sufrirá las consecuencias. Necesitamos solucionar este problema porque, de lo contrario, nadie podrá utilizar el globo”, advirtió Franco Ongaro, director del Centro Europeo de Investigación y Tecnología Espacial (ESTEC).
Ongaro celebra que la ESA fue la primera en darse cuenta de que “había que hacer algo con estos restos” porque -lamentó- Estados Unidos, Rusia y China “no se han estado moviendo” para acabar con este problema.
Sin embargo, asegura que ahora “esta cuestión está más presente, hay más un sentimiento de que este es un problema global”, aunque no niega que “hay un asunto legal sobre quién es el responsable de toda la basura que está flotando por ahí” porque intentando retirar un desecho “puedes acabar cogiendo el satélite” de algún país.
El director del ESTEC asegura que se necesita un acuerdo global a nivel de la ONU para limpiar el espacio, algo similar a lo que ya existe con el Reglamento de Radiocomunicaciones: “Si todo el mundo pudiese usar todas las frecuencias, se podría interferir con cualquier país. Los acuerdos de este tipo son posibles”.
Para Ongaro, las grandes instituciones deben de buscar acuerdos, mientras que los ingenieros y técnicos una solución, explica el holandés Roosegaarde en una entrevista en la que precisa que su objetivo es “concienciar sobre esta realidad desconocida para la gente” con “el arte como herramienta”.
Desde este laboratorio buscará posibles usos a las decenas de miles de piezas de aproximadamente 10 centímetros, todos restos significantes de satélites enviados al espacio y que nunca regresaron, pero también a los cientos de miles de objetos más pequeños, de tamaños milimétricos, que son más complicados de rastrear.
Al aire libre, Rooseegarde logra jugar con un láser que emite largas líneas verticales de luz LED para apuntar directamente y en tiempo real a estos objetos que flotan sobre nuestras cabezas, que son difíciles de ver por el ojo humano debido a la distancia a la que están, de hasta 20.000 kilómetros, y que suponen un verdadero peligro.
“¿Podemos utilizar los desechos espaciales como fuente de información para imprimir casas en la luna en 3D o para hacer estrellas fugaces artificiales que sirvan de reemplazo a los millones de euros que gastamos en fuegos artificiales cada fin de año?”, se pregunta el artista holandés.
Desde su posición, Roosegaarde quiere “atraer a la gente para que se pregunte cómo podemos cambiar esto desde un problema a un potencial” y advierte de que en este momento “es claramente un problema” que nadie quiere ver ahí pero tampoco resolver.
“Hay un total de 8.100 toneladas de cosas flotando por ahí. Es todo muy peligroso, muy caro de limpiar, nadie quiere hacerlo, todos se preguntan de quién es el problema, etc. Estamos atascados. Y si seguimos así, la capa de basura será tan intensa que llegará un punto en el que no podremos enviar más satélites al espacio”, alerta.